miércoles, 23 de febrero de 2011

DEPRISA DEPRISA

El domingo pusieron por la tele Deprisa deprisa. Sólo vi media hora porque había sueño y ya la había visto siete veces. Pero, ¡qué media hora! La peli se mantiene con la magia de algunas obras de arte que parecen AUTOGENERADAS. Un trozo de vida, y un señor, Carlos Saura  -habitualmente bastante petardo pero entonces en estado de gracia-  que acertó a pasar por ahí y logró captar esa vida sin mayores intermediaciones. Y esto creo que es el mayor elogio que se le puede hacer a una película, a un libro, etc. La naturalidad, la sencillez, la frescura, si no se consiguen de primeras suelen necesitar esfuerzos ímprobos. (El día anterior habíamos visto La colmena… Aparte de goyas y de cayetanas, redescubrir los momentos dorados del cine español).


CASTILLA, COMPAÑERO

Así se titulaba el libro de viajes de un viejo fascista, Víctor de la Serna. Me viene a la cabeza el título, caprichosa y eufónicamente, porque veo últimamente muchas pintadas por los muros madrileños. Castilla unitaria. Castilla libre. Castilla comunera. ¿Es Madrid Castilla? ¿O es simplemente un agujero negro de antimateria en la tierra parda y estéril? Lo primero, que Madrid es Castilla, me lo aseguraba con gran seriedad, como para no dejar lugar a la duda, Antonio López, el gran pintor, una vez que fui a entrevistarle. La referencia no es mala, pues no me hablaba de conceptos políticos, ni siquiera existenciales o filosóficos (y eso que Castilla es existencial a muerte), sino de una realidad física, de colores, de tonalidades, de formas y objetos y luces y sombras, que es la que percibe un pintor.
¿Por qué sacaron Madrid de Castilla? El madrileño es básicamente de origen castellano, pese al tópico del cosmopolitismo. Madrid –Madrid y cierta idea de “la hispanidad”- han centrifugado esa tierra castellana quizá llegando a desvirtuar ciertos rasgos tenidos por “muy castellanos” –sobriedad, contención, pocas palabras- que en el Madrid más burocrático se convertirían en despersonalización, conformismo, sosera total…


viernes, 18 de febrero de 2011

TRAVESIA DEL HORIZONTE

Un hombre de 65 años recuerda al joven que fue, cuarenta años atrás: Jean Bosmans, tipo alto y tímido, criado en los internados parisinos y aspirante a novelista…probablemente un alter ego del autor, Patrick Modiano. Bosmans recuerda su relación con Margaret Le Coz, fugitiva como él mismo y desaparecida en alguno de los repliegues del pasado. 

 
La última novela del escritor francés incide en las constantes de su obra: argumento mínimo con elementos de thriller, una trama sostenida con hilos, y una atmósfera evanescente pero que impregna con fuerza el relato. Bosmans bucea en el tiempo, rememora encuentros y desencuentros, intenta rellenar las lagunas y se da cuenta de que es más lo que ignora que lo que sabe acerca de Margaret Le Coz y acerca de sí mismo. Dos jóvenes perdidos en el anonimato de una gran ciudad que ya no es la misma, tragada por el vértigo de los días. Con todo, hay en el horizonte un último resquicio de esperanza

BOLAÑO Y LOS ARCHIVOS INFINITOS


Inéditos, versiones alternativas, descartes, making off. De Bolaño, con perdón, todo se aprovecha. Con más o menos fortuna. Si las últimas entregas –“La pista de hielo”, “El Tercer Reich”- del escritor muerto y canonizado en 2003 no acababan de convencer, ahora otra novela aparece en el ordenador de Bolaño, cuyo disco duro parece no tener fondo.
“Los sinsabores del verdadero policía” se presenta como núcleo de su novela más famosa, “2666”, y se dice que fue escrita de 1983 hasta el año de su muerte. Núcleo o satélite, la impresión que da es que “Los sinsabores” fue sacrificada para que pudiera surgir “2666”, pero el caso es que no desmerece de ésta última novela.
En “Los sinsabores”, aparecen otra vez –o aparecen por primera vez- los héroes predilectos de Bolaño: escritores en fuga como el mítico Arcimboldi, profesores e intelectuales que son a la vez hombres de acción, como el expatriado Amalfitano.


Barraca de feria.
No hay trama ni estructura aparente en el material ahora recuperado (“Ochocientas mil páginas, un enredo endemoniado que no hay quien lo entienda”, avisaba Bolaño). No son ochocientas mil, sino menos de trescientas, y se aguantan y salen ganando como historia de historias, como barraca de feria o tablado de marionetas en el que se pasa de un asunto a otro enhebrando relatos y anécdotas, literatura y viaje. La iniciación homosexual de Amalfitano, profesor universitario de 50 años. Su marcha, junto con su hija Rosa, desde Barcelona a Santa Teresa, en la frontera de Méjico y USA. La obra literaria de Arcimboldi, con el resumen de sus principales novelas. Las cartas entre Amalfitano y su amante Padilla. La novela inacabada de Padilla “El dios de los homosexuales”, título que hace referencia al sida. El pasado revolucionario de Amalfitano en Chile. La revolución mejicana. La aventura de un catalán de la División Azul en manos de los soviets. Las mujeres asesinadas de Santa Teresa. Los pistoleros y policías de Sonora. Bolaño se transporta a lugares en los que probablemente no estuvo nunca, porque “lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca”.


Un batiburrillo.
Una cosa sería leer “Los sinsabores” como una muestra interesante del taller de un escritor. Una “biblia” para uso propio de Bolaño que esboza aquí el pasado de los personajes en escenas previas, escenas que luego no aparecerán en la versión final, o sea “2666”. El proceso de calentamiento antes de entrar en “la gran novela”.
Otra opción, que quizá no habría disgustado al propio Bolaño, sería establecer una relación onírica entre ambos textos. Como ocurre muchas veces en sueños, los personajes, al pasar de una a otra novela, van cambiando de cara y se convierten en otros, aunque sigan manteniendo el mismo “rol”. Por ejemplo, al final de “Los sinsabores”, Elsa, chica yonki de Barcelona amiga de Padilla, se dispone a viajar a Mondragón, como quien peregrina a Lourdes, a visitar al milagroso Leopoldo María Panero. Al principio de “2666” no es Elsa sino Lola, la exmujer de Amalfitano, quien se encontrará con Panero…
Una tercera posibilidad, leer la novela como obra significativa por sí misma, algo de lo que desconfiaba su autor intentando hallar coherencia entre papeles escritos durante veinte años:“El policía es el lector que busca en vano ordenar esa novela endemoniada”.
De dónde proceden los archivos de marras es lo de menos. La viuda de Bolaño intenta explicarlo en una nota en la que se refiere a un batiburrillo de carpetas, escritos a máquina, escritos impresos, archivos del ordenador, etc, etc.
“Los sinsabores del verdadero policía” queda como obra inacabada, al modo por ejemplo de “América”, de Kafka, por hablar de otra obra felizmente inacabada. No hay final feliz, pero sí imaginación y experiencia y capacidad inventiva sin límites.
El ordenador de Bolaño parece ser una gran biblioteca sin fondo y esperemos que siga vomitando inéditos hasta, por lo menos, el año 2666. Y que estemos aquí para verlo, claro.





viernes, 11 de febrero de 2011

ECHANDO HUMO EN EL GRAN SAN BLAS

El gran San Blas,
o sea, prolongación de Arturo Soria, pero un poquito más hacia el Este.
En el bar suenan los Purple y entre la peña –basca del barrio, algunos con las zapatillas de andar por casa- se elevan volutas de humo. ¿Mil novecientos setenta y…? No, 2011. Pero aquí no se puede hablar de “insumisos” ni nada de eso. Gente, sencillamente, que hace su vida igual que siempre y a la que Europa y todo eso le queda muy lejos. Echando humo en SB. El viaje hasta aquí no es un viaje a través del espacio, sino a través del tiempo. Una larga carretera con luces de factorías, la noche amarilla bajo la luz de los plátanos, casas de dos o tres pisos como dados echados al azar. Corredores, callejones sin gente: aquí sí se puede aparcar. Comercios muy pocos, y los que quedan –Peluquería Mari Pili, La Elvira Pastelería- con la misma patina de treinta años hace. Unas calles más allá, metro Simancas, parten los kundas con su cargamento de espectros. Ahora en el bar ladran los perros y suena el Sweet Jane de Lou Reed. SB es mucho SB.
Más tarde, cuando estábamos echando unos cantecitos, tuvimos una visita. Entraron unos chavales simpatiquísimos, diciendo que por favor bajáramos la música. Chavales jóvenes, de buena estatura. Les identificamos por los guantes que llevaban –hombre, tampoco había tanta mugre- y por un medallón estampado, estrellado, como del niño Jesús pero donde ponía Policía Nacional. Del tabaco no dijeron ni mu, ni de unos sobrecitos con polvos mágicos que circulaban por allí. Está bien, un poco de transigencia y de respeto. Pero los vecinos que no me los despierten. 


miércoles, 9 de febrero de 2011

DEJAR DINERO


El viernes empecé en M***, empresa de jardinería con condiciones de esclavitud: si llueve no se trabaja, y no te pagan; si vas al médico no te pagan el día; si dejas el trabajo les pagas tú el importe de la ropa.
La cuadrilla, dirigida por un capataz que no trabaja- Ton, un gallego, un chaval majo—la formamos, un camerunés, un pakistaní, y David, fotógrafo reciclado en jardinero.
Vamos a Sanchinarro y desbrozamos en la mañana del viernes una mediana, un alcorque corrido, de medio kilómetro. Todavía hoy domingo tengo agujetas y dolor de espalda. Para el lunes hemos pensado en ir más despacio, pues si no vamos a aguantar tres días en la empresa.
Lunes lluvioso en Sanchinarro. Uno de los preceptos de la empresa es que si llueve, no se trabaja... y no se cobra. Uno está tentado de abandonar este trabajo nada más haberlo empezado, pero le disuade el que tendrá que pagar  48 euros de la ropa de trabajo si lo deja antes de un mes.

-Claro- dice comprensivo una especie de capataz- Si no con toda la gente que pasa se arruinarían. Pasamos la mañana en unos barracones, parece que a pesar de todo –a última hora trabajamos algo bajo la lluvia- lo vamos a cobrar. A primera hora no ha venido el pakistaní y DS y yo decimos:
-Ha acabado hasta los cojones. Me vuelvo a mi país. Para hacer esto lo hago allí. -Ahora estará ahí sentado con las vacas. Llega sin embargo al cabo de un rato, pero recluido en las casetas, mira las paredes y los techos con una especie de mudo asombro.
Yo le digo a DS delante del pakistán, que no entiende español, inglés ni nada (está como incomunicado): -Parece que piensa: Pero qué coño hago yo aquí. Esto no es lo que me habían dicho... Nos reimos mucho. -Claro –añado-. En su país tenía un libro que ponía “España”, pero lo que salía era la Alhambra y esas cosas y luego mira lo que se encuentra.
El pobre pakistaní se arrima a una estufa que hay en la pared, con las patas abiertas, como un grillo a punto de achicharrarse.  -Pues sí, debe de hacer calor en su país.
Nos quedamos sin tabaco y acabo compartiendo los Ducados con el de Pakistán. Las casetas están llenas de mugre, de ropa sucia tirada por los suelos... pero como ya se la han cobrado no les importa.
Yo me he olvidado la comida pero un chaval argelino me invita a café y a esos panes que hacen los moros que se enrollan como pergaminos.
También hay dos negritos de Ghana, siempre riéndose, y otro de Camerún, este más serio y reflexivo, un poco intelectual.
Ahora esta contrata nuestra trabaja de subcontrata para otra contrata. “Yo ya no sé ni para quién trabajo”, dice un viejo andaluz que se toma un cocido. Tenemos que dejar guapo Sanchinarro para que lo vea Gallardón.


VALDEMINGOMEZ


Vamos hacia el vertedero Efraín y yo en el camión a descargar. primero por la M 40, luego por la carretera de Valencia. Sensación de relajamiento por ser viernes, y, por la ruta que seguimos, nostalgia de emprender un viaje. Después salimos a la Cañada Real que, en este tramo, es una mezcla de carretera y calle. Carretera porque la cañada está asfaltada y es un trasiego de idas y venidas de camiones hacia el vertedero. Y  calle porque a los dos lados de la carretera está lleno de casas. Podría parecer un poblado del oeste, o un poblado africano. No son chabolas, sino casas. Los terrenos les han debido de costar dos duros porque con que se levante el mínimo soplo de viento llega el olor insoportable del vertedero. Las casas están alicatadas con azulejos y las fachadas son de ladrillo. Hay grandes patios donde en pie, bajo el sol, se ve perorar a las familias. Alguna gitana joven, con la falda larga, sale a otear la carretera como si algo se le hubiera perdido o esperara a alguien. Efraín me cuenta que el otro día estaban los “geos” con las metralletas alzadas rodeando una de las casas.


Los niños se sientan en las puertas, con ese paisaje movible y permanente de los camiones pasándoles a pocos metros. En las paredes, letreros con pintura y letras casi siempre desiguales: SE CEDE, SE VENDE- ES DE GITANO, CE CEDE, ME CAGO EN LOS MUERTOS DEL QUE TOQUE ALGO DE LA FINCA SIN MI PERMISO, HAY BOCADILLOS, SANWICHS, GOLOSINAS, REFRESCOS –porque muchos de los gitanos han improvisado un bar, una cantina –cortinas de flecos y la sombra en el interior-, un comercio que no les librará de la autarquía, serán los propios vecinos los que quizá hagan algún gasto, no creo que bajen los camioneros a las tiendas, dos niños en una moto nos saludan, DIOS TE AMA ese mensaje con el que la raza trata de conjurar la agonía y la angustia que les suponen la pérdida de su cultura y un presente sin asideros.
Hay una cercanía de desmontes y de campo, un camino rural hacia la espiral del vertedero; en alguna de las fincas una chapa indica un sistema de alarma y está vallada con alambre.
El vertedero: tras pasar una caseta metálica que es un control creo que del ayuntamiento, una carretera cuesta abajo. A los lados montañas compactas de desechos por los que luego pasa la apisonadora. En una montaña negra brillo como de cristales. Montañas amarillas entre las que discurren caminitos que apetecería bajar en bicicleta. Color como de trigales que en el fondo es mierda. Al fondo, los pinares de La Marañosa. Un olor penetrante, oscuro, cálido, como de cigarrillos apurados hasta las heces.


Subimos una cuesta. A un lado se prepara otra montaña -están clasificadas: lixiviados, compost, etc- que irá encima de un gran agujero que han hecho en el que colocan una especie de moqueta gris y negra, probablemente para que los residuos no traspasen la tierra.
Vamos a descargar. No se permite bajar del camión más que para eso, pero algunos camioneros –el torso descubierto coloreado de tatuajes- pasean entre los residuos. Sobre una de las montañas una colonia de un centenar de cigüeñas.


lunes, 7 de febrero de 2011

. . .PERO MIRA TIO


. . . COMENZANDO

Cuando llegaron a Bilbao, haciendo autostop, Fanny e Iván se separaron. Acordaron verse a una hora por la zona del Arenal y del Campo Volantín. Iván se dirigió al bar, pero lo encontró cerrado. No había pensado en que era domingo y que los domingos su padre echaba el cierre y solía subir al monte. El cierre, los domingos, se extendía a la mayoría de los bares de la calle, que así quedaba medio desierta, sin apenas tránsito. Así y todo se asomó a la cristalera oscura y echó un vistazo al interior. Reconoció aquel ámbito tan familiar pero como algo muy lejano, como si no lo hubiera visto durante años, como algo ajeno a él. Las fuentes de cerveza, la máquina del café, absurdos cuadritos representando paisajes con molinos, los ventiladores en el techo encima de las mesitas con las sillas montadas en las que por las mañanas se sentaban cuadrillas de obreros, a media tarde grupos de jubilados que jugaban al mus… Una clientela siempre exigente, la de aquellos viejos carcamales y a los que había que ir a servir a las mesas y tratar prácticamente de usía. Le dio mala espina el bar cerrado, un pequeño universo del que pensaba que había salido definitivamente, no sabía rumbo a dónde, del cual se había acordado a menudo en el reformatorio, pero del que ahora comprendía que estaba excluido.

El Norte. Ediciones Destino