domingo, 30 de octubre de 2011

OTOÑO BAROJIANO


Gaur hil da (Hoy ha muerto), decía escuetamente el telegrama en euskera que Julio Caro envió a su hermano Pío, que andaba en tierras de Méjico… Tal día como hoy, hace 55 años, cuando caía en Madrid la primera nevada del otoño…
Hemingway was here. Esta es la foto famosa que hizo Castillo Puche unos días antes y que a Julio Caro, dicen, no le hizo ni puta gracia. Más allá de la oportunidad del momento, qué veía Hemingway en Baroja, si es que acaso le había leído (traducido, se supone). Pura intuición, pues ambos dos –el aventurero guiri y el burgués sedentario- despojarán de hojarasca a la novela para traer la nueva prosa “impresionista”.
Estas tardes del Retiro,
En pleno mes de noviembre
Me dan la impresión romántica
De un mundo que desfallece…
(Pío Baroja, Canciones del suburbio)


sábado, 29 de octubre de 2011

UNA HORA MENOS


Pronto nos hundiremos en las frías tinieblas;
¡Adiós, resplandor vivo de los estíos veloces!
Escucho ya caer, con fúnebre entrechoque,
La leña que retumba en las losas del patio.

Inundará el invierno todo mi ser: temblores,
Odios, cólera, horror, labor dura y forzada,
Y, como el sol clavado en su infierno polar,
Un bloque helado y rojo será mi corazón.

(...)

Baudelaire: Canto de otoño
(trad. Antonio Martínez Sarrión)

martes, 25 de octubre de 2011

MARAVILLAS DE LA TESNICA

La lógica del mercado. Un amigo mío, ecologista acérrimo, defensor a ultranza de los principios del 15M, crítico implacable de monopolios y mercados, y a la vez fascinado por la tecnología y consumidor de juguetitos tecnológicos, se ha comprado una blackberry… Este amigo se ríe cuando saco un boli Bic para apuntar una dirección. “Pero, hombre, todavía andas con eso?”. Pero yo me descojono cuando se mete la blackberry en el bolsillo y a las dos horas ve que se le ha encendido sola y se le ha conectado a Internet. “Debe ser un fallo de diseño”, se justifica mientras hace las cuentas de lo que le ha gastado el juguetito siniestro.
Un genio...del marketing. Los periodistas repetían como tontolabas la misma frase: “Steve Jobs, el hombre que supo crear las necesidades que aún no sabíamos que teníamos”. O sea, que no teníamos... “Sí, sí, era un genio, era un genio”. Un listo es lo que era. 
Bárbara alegría. Muñoz Molina se refería en un memorable artículo a “esa especie de bárbara alegría” con que muchos anuncian la irreversible desaparición de la letra impresa. “Todo serán ventajas”, dicen, “es que los libros son mu gordos”, y oponen una irresistible muralla de argumentos a los defensores del libro de papel, obviando la pregunta del millón... ¿Por qué hay que comprar las tabletas de las narices? ¿A quién beneficia el nuevo modelo? Entras en el metro y como en una estampa de “Un mundo feliz”, todos manipulan su book con una sonrisa de sofisticación e inteligencia, no se sabe si por lo que leen o por el glamour que les da el aparatito. Culo veo, culo quiero.
Tocar y oler los libros. Recuerdo tardes leyendo debajo de un árbol y todavía pervive en mí, muchos años después, el tacto y el aroma de esos libros, la sensación rugosa de las páginas de la colección Austral, con la letra fuertemente impresa e incrustaciones como de arena… Los libros de Bruguera y de Reno, los tomos de Marcel Proust con su humilde pero maravillosa encuadernación en cartoné. Cada libro, más allá de su texto, hablando con una voz propia. La edición es otra forma de arte que siempre ha acompañado a la literatura. Pero bueno, nada, que ahora me tengo que levantar que se me está acabando la batería…
Prohibido prestar libros. Frente a la tan cacareada “interactividad” es sabido que las tiendas virtuales prevén un dispositivo para que el libro que se venda por Internet a un usuario determinado no pueda ser leído en el sistema de otro. Se convierte en “piratería” una costumbre de toda la puta vida. Cada dispositivo lector es controlado desde un sistema central que puede destruir el libro si se lee en otro parato.
Si uno no puede prestar, o regalar, o vender un libro que ha comprado, ese libro no es realmente suyo. Adios a los rastros y a las librerías de viejo; adios también al préstamo en bibliotecas públicas. 
Control. Eso sin contar con que "las tiendas" poseen además sus archivos, que registran los libros comprados por el lector, sus preferencias, su perfil, etc. O sea que es imposible comprar “anónimamente” un libro. ¿Y a dónde puede ir a parar toda esa información? 
Obsolescencia. En mi personal MOSO (Museo del Soporte Obsoleto, según mi colega de la blackberry) tengo sin embargo libros de hasta hace cien años, frente a la obsolescencia latente que llevan en su ser las nuevas tecnologías.
¿Cuánto durarán estos nuevos dispositivos y los libritos clónicos correspondientes? ¿Cinco años, diez? Hasta que quieran sacar un nuevo sistema al mercado, que siempre será mejor, más moderno y por supuesto no homologable con el anterior…
Pues nada, que hemos hecho un pan como unas tortas.

(Datos tomados de IFLA, organismo mundial que agrupa a los bibliotecarios)

viernes, 7 de octubre de 2011

LAS 24 HORAS DE ROCK


Rockeros: el que no esté colocado que se coloque, ¡y todos al loro!, dijo el viejo profesor.

 
Por una de esas lagunas espacio/memoria/tiempo, no encuentro entre las múltiples webs dedicadas a la movida madrileña, información sobre las 24 horas de rock. Quizá porque sus protagonistas acabaron “colocándose” realmente en otros temas, y los que no, se murieron.
 
El evento se presentaba bajo un lema cultureta: Fiesta del estudiante y la radio. Había anunciados como unos cincuenta grupos y cada uno tenía que tocar media hora. 
 
Recuerdo las luces encendidas, el pabellón medio vacío y unos punkis de negro, metiéndose con Carlos Tena, que estaba de espectador.
“Porque tú, Carlos Tena, y la gente como tú sois unos parásitos. Escucha, Carlos Tena: te estás aprovechando de la juventud…”
Carlos Tena, unas gradas más abajo, no sabía qué cara poner. Tumbado en la fría piedra se retorcía como una cucaracha, hacía flexiones, hacía abdominales…
“Carlos Tena, me das pena…Carlos Tena, me das pena…” remató, sin inflexión en la voz, un gordito con cara de buena persona, que hasta entonces no había abierto la boca.
Recuerdo las luces apagadas y los grupos muy a lo lejos, empequeñecidos en el escenario que parecía un ring de boxeo. Cuando salió TGalván ya había más gente.
Porro en mano y todo, pero “la juventud” no daba crédito a sus palabras.
En medio de una ovación, el viejo profesor se retiró y salieron, como alumnos privilegiados, Loquillo y los Trogloditas.
 
Loquillo iba de rocker pero los trogloditas cada uno iba de su padre y de su madre: uno de mohicano, otro con el pelo al cero, otro con gorra militar bajo la que asomaban las melenas teñidas, otro con antenas de marciano...
Todo parecía empezar, como bajo una luz nueva (igual era el costo, y el cubata) pero a lo mejor todo estaba terminando. Bajo apariencia enrollada, comenzaba la institucionalización de un movimiento espontáneo.
 
Unas horas de vacío y consolador olvido y, cuando salí a respirar al vestíbulo del Palacio de los Deportes, se había esfumado la tarde esplendente de finales de enero en que habíamos entrado horas antes… La noche tras las cristaleras. En el espacio insonorizado del vestíbulo resonaban los cascos de los caballos. La policía perseguía a unos cuantos pelagatos que pugnaban por acceder al recinto.
 
“La convocatoria con música gratuita –pan y circo- actuó de efecto llamada para jóvenes de todos los barrios, colapsando las entradas del Palacio de los Deportes” (del ABC)
De madrugada se encendieron las luces y dijeron algo de un aviso de bomba, que había que desalojar. Así salimos todos, bastante acojonaos, menos una pareja de hippies viejos y escépticos, que no se creían nada y se quedaron comiendo una tortilla.

miércoles, 5 de octubre de 2011

CONDENADO CORONADO

No me ha parecido gran cosa la última película de Coronado/Urbizu. Entretenida sí, con buen ritmo, pero no me ha convencido del todo…
Es que parece que hay dos películas distintas en No habrá paz para los malvados, dos guiones diferentes, y que como no sabían cómo tirar con uno, han seguido con el otro.
La primera película va de colombianos, y la segunda de moros. 
 
La primera, la de los colombianos prometía más -historia de narcos y sicarios, puticlubs y blanqueo de dinero-, pero de pronto desaparecen los colombianos porque sí, cuando, hacia la mitad de la película, un confidente le lleva a Coronado a una finca en Morata de Tajuña y… allí se encuentra que preparan unos explosivos y... y… bueno, el resto ya lo sabe todo el mundo (menos El Mundo). Con ese referente colectivo, parece que no hace falta explicar nada. Los personajes colombianos estaban un poco más trabajados. Los musulmanes son "malos" en abstracto, perfectamente intercambiables unos con otros, que ni abren la boca en lo que queda de metraje.
Para ese viaje no necesitábamos alforjas. Cámaras de videovigilancia, teléfonos móviles, sumarios judiciales,  investigación, investigación, todo bien atado para que cuadre la cosa, pistas y huellas y tanto papeleo que acaba merendándose a los personajes y la acción propiamente dicha…
Coronado –un actor que me caía muy mal, me parecía muy pijo, pero…- es sin duda lo mejor de la función, aunque su personaje también despiste: empieza como un killer, un tipo poco recomendable, al que no te gustaría nada encontrarte por la noche…Acaba como duro simplemente, duro y justiciero a secas. Un policía ejemplar.

EL SINDROME LAFORET


Muchas biografías y memorias de escritores pierden fuerza en la segunda parte. Cuando llegan el reconocimiento o el éxito (y en el caso contrario, no habría biografía), el artista adolescente, portador de una visión única y un mundo propio, se ve como engullido por el medio. Visiones y sueños se diluyen en contratos, recuentos de colegas, tertulias literarias y publicaciones varias. En el caso de Carmen Laforet ocurre lo contrario, que cuanto más tiempo pasa, mayor es su fuerza centrífuga, su apartamiento hacia un mundo ido y lejano. Ahora se publica “Mujer en fuga”, biografía de Laforet escrita por Anna Caballé –que hace unos años escribió una muy buena sobre Francisco Umbral- e Israel Rolón, especialista en la obra de Carmen Laforet. Biografía ésta que es la descripción del bloqueo creativo de Carmen Laforet y de su lucha inútil por vencerlo, desde que a la tierna edad de 23 años consigue el recién creado premio Nadal con su primera novela, “Nada”, hasta su muerte sesenta años después, aquejada incluso de una especie de “grafofobia” que le llevaba a no querer coger el bolígrafo ni para firmar un documento.

 
La historia de “Nada” es bastante conocida. Había escrito la novela en unos meses de inspiración, inconsciente del impacto que iba a tener el publicarla. En ella se inspiraba directamente en su experiencia adolescente en Barcelona, adonde había ido desde Canarias para estudiar y vivir en casa de sus abuelos y tíos. Un duro retrato familiar, narrado en primera persona por la protagonista, Andrea –evidente alterego de la autora-, que presentaba un ambiente de decadencia y a sus parientes y allegados poco menos que como a la familia Monster. Laforet, aún con el manuscrito a medias, hizo amistad con un periodista y pequeño editor, Manuel Cerezales (con el que acabaría casándose), que actuó como corrector del libro y le animó a presentarse al premio.
 
El éxito fue total, aunque no faltó quien dijo que la novela la había escrito Manuel Cerezales. El caso es que se reconocía una nueva narrativa que venía a ventilar el panorama mortecino de posguerra (1945) y era además capaz de facturar miles de ejemplares.
 
Se esperaba una continuación de aquella novela, pero a medida que pasaban los años y no aparecía el nuevo libro se comenzó a dudar de la capacidad creativa de Laforet y a considerarla autora de uno solo. Publicaría al fin tres novelas más -“La isla y los demonios”, “La mujer nueva”, “La insolación”-y también varias colecciones de cuentos y artículos, ya sin la frescura e inmediatez de “Nada” y, sobre todo, a cuenta de una vida angustiada que es la que se nos cuenta en esta biografía angustiosa. Originales escritos con esfuerzo y luego tirados a la hoguera, viajes constantes para eludir la escritura, unos años de conversión mística y, tras la separación de su marido y sus hijos, una vida vagabunda con cambios constantes y arbitrarios de domicilio y ciudad –Madrid, Santander, París, Roma- buscando el lugar mágico donde la inspiración se presentara. Laforet perdió los papeles en todos los sentidos. De su última novela, “Al volver la esquina”, ni siquiera devolvió las pruebas de imprenta corregidas a la editorial, postergando una publicación que sólo se haría realidad después de muerta. 
 
Lo más sensato habría sido dejarlo a tiempo, pero tampoco le era tan fácil. Toda su vida vivió de las rentas de “Nada”, aquel primer libro que seguía reeditándose año tras año y propiciando que le encargaran artículos, conferencias, y sobre todo más libros que repitieran el éxito del primero. Libro cuyo título, tan simbólico y que tanto se presta al juego de palabras, llegó a odiar hasta el punto de que se refería a él como “mi primera novela” o “lo primero que escribí”.
 
Laforet envidiaba a narradores como Carpentier o García Márquez, capaces de eludir el autobiografismo y crear un universo autónomo de ficción, sin darse cuenta ella de que la escritura es siempre confesional. El síndrome Laforet desmiente las teorías que separan al autor verdadero de un “narrador” que se manifiesta autónomamente en el texto y sólo en él tiene existencia.
Tal vez, del mismo modo que las novelas de Carmen Laforet son (auto)biografías, sea esta biografía, y todas las biografías, una novela. Se condensa en quinientas páginas de letra apretada toda una vida marcada por una sola obsesión. Asistimos a la juventud llena de esperanzas de Carmen Laforet y unas páginas más tarde llegamos a su deterioro físico y mental. 
En realidad la pelea de Laforet no es tanto con la literatura como con ella misma, pues la literatura no es otra cosa que la expresión de uno mismo, la comunicación con uno mismo de cara a los demás, y CL sólo conseguía escribir si se olvidaba de los demás. No tanto que temiera no hacer algo que superara “Nada”, sino más bien como quien canta muy bien en la ducha pero se avergüenza de hacerlo delante del público. Había logrado volcarse en su primera novela, escrita para un receptor invisible o inexistente, como un mensaje lanzado al mar en una botella, pero se bloqueó cuando vio que había alguien al otro lado.