sábado, 29 de marzo de 2014

LA CASA EN LA QUE VIVIO PICACHU





Picachu, Lorca y Pepe Isbert
                                                    



 

jueves, 20 de marzo de 2014

LEOPOLDO MARIA PANERO VISTO POR MICHI PANERO (5)



Hay un antecedente familiar de la locura de Leopoldo en mi tía Eloísa Blanc, hermana de mi madre, que se pasó la vida de uno a otro manicomio.Y qué manicomios (recuerdo las visitas de niño al de Leganés, siniestro y durísimo), aún la ciencia psiquiátrica estaba en mantillas. Su locura, la de la tía Eloísa, era mucho más graciosa que la de Leopoldo. “Estoy loca pero soy repúblicana”, decía. Los vecinos sabían que lo era y por las noches, por el patio, la cantaban “El rey que rabió”. Por parte de la familia de mi padre no se ha dado una locura de psiquiátrico aunque objetivamente tendría que serlo, con detalles como mis tías haciéndose un medallón con los dientes de oro de mi tío Teodoro que realmente son rasgos de demente, de humor negro.


Puede creérseme o no, pero tener un hermano como Leopoldo es una desgracia. Ahora tiene cincuenta tacos y, en Mondragón o en Canarias o donde sea, hace su vida. Hace diez años era otra cosa, era encontrártelo por Madrid en las situaciones más inesperadas. Una vez apareció en el bar que tenía yo en Bárbara de Braganza y empezó a montar delante de la selecta clientela su numerito del Anticristo. Tuve que echarle a la calle. Que en un bar de moda  apareciera Leopoldo con la chaqueta llena de escupitajos, no es por ser clasista, pero la verdad es que no tenía maldita la gracia. LMP tuvo una época que se comía los escupitajos que había en el suelo, los cristales, se pasaba el día buscando en los cubos de basura, tal vez una herencia del surrealismo, todo un espectáculo.


Yo lo siento mucho pero esa historia de los poetas malditos me parece un coñazo, además de que en realidad se trate de un malditismo muy relativo. Está claro que Leopoldo no es Rimbaud que, de pronto, se marcha a Etiopía a traficar con armas y desaparece del mundo y no quiere volver a escribir nada. Leopoldo, a la hora de la verdad, se va a su Círculo de Bellas Artes, como si fuera Félix Grande, a poner la mano para que le den veinticinco mil pelillas para comerse los chipirones, siempre está pensando en eso.

Con Leopoldo, en el último rodaje (“Después de tantos años”) la gente se quedaba flipada. Leopoldo se pedía veintisiete postres y cuarenta y cuatro platos diferentes de lo más churretoso que había en todo el restaurante, se sacaba la dentadura, se la ponía, la dejaba encima de la mesa.

Juan Luis en apariencia era todo lo contrario. Juan Luis pedía sus ostras: “Yo sin ostras y vino blanco no puedo trabajar” e irritaba a todo el mundo con su “No, no, vino blanco, además que sea del año tal”. Una horterada flagrante y una falta de educación y más cuando estás con todo el equipo, los cámaras, los de los focos, etc.


A Leopoldo en Madrid se le aguanta porque viene a montar el número dos veces al año y luego se va. La última vez que estuvo en el Círculo de Bellas Artes a dar un recital se levantó en mitad de la lectura y dijo “Voy a mear” y a los cinco minutos volvió con la bragueta abierta. Este tipo de gags ya los hacía Cela y con bastante más gracia. A Leopoldo con la historia de la locura se le permiten todo tipo de cosas que son fundamentalmente una ordinariez astorgana y eso lo decía mi madre: “Parece mentira pero el más astorgano de los tres es Leopoldo”. Son cosas de estar de tapas en Astorga el día de la feria. Lo que hace Leopoldo es chiquitear, no bebiendo alcohol porque no puede, pero sí tomando todo el rato boquerones en vinagre, que se le cae el vinagre y si a eso se le añade que cada cinco minutos dice que el camarero es el diablo, como viene repitiendo desde hace quince años, ya cansa, que el diablo tenga que dominar todo el sector de la hostelería de España. Para Leopoldo Belcebú siempre está acechando; otra cosa que decía mi madre, que si hay alguien que parezca un ser diabólico ese es Leopoldo.

Se puede ser loco, pero Leopoldo no era un loco romántico ni Luis II de Baviera, sino un coñazo de loco, todo el rato pidiendo chirlas y turrón.

miércoles, 19 de marzo de 2014

LEOPOLDO MARIA PANERO VISTO POR MICHI PANERO (4)

Leopoldo María Panero y su madre en el hospital de Basurto (Bilbao)


 
Tras su intento de suicidio a Leopoldo –tras de burro, apaleado- mi madre lo interna en un hospital psiquiátrico de Tarragona. Un sanatorio carísimo con una planta para invitados donde pasamos mamá y yo una temporada. Los pacientes comían con los familiares y luego íbamos a la playa todos juntos, en fila india, como en una excursión del colegio.

Leopoldo tampoco estaba mal allí, con su habitación propia y sus discos de Lola Flores. Más que un loquero en el sentido estricto del término era un hospital para neuróticos y gente con manías. Recuerdo entre ellos a una chica muy mona que tenía la manía de lavarse constantemente; también había una señora que de repente se levantaba de la mesa y empezaba a cantar zarzuelas. LMP por entonces tenía la obsesión de los caramelos con licor por dentro.

Uno de los mejores amigos de mi hermano era un tal Ramón Ibáñez Alvear, un gigantón gaditano muy ocurrente y muy gracioso al que su familia de terratenientes andaluces castigaba por homosexual. Ramón exhortaba a mi hermano: “Leopoldo, deja ya tu locura”. Era muy divertido y mi madre se encariñó mucho con él. La única manía que tenía era que le trajéramos cánulas para metérselas por el culo, ese tipo de porquerías, pero es que el pobre Ramón estaba castigadísimo, su familia incluso le había llevado a Suiza para curarle la homosexualidad, una idea muy española.

Otro personaje era el portero del hospital, que por derecho podía haber estado en régimen de internado. Se trataba de un oligofrénico que se sabía de memoria la fecha, la hora y el minuto de los sucesos más nimios que ocurrían en el hospital. Se le preguntaba: “¿Cuándo fue la ultima vez que marchó Leopoldo a Tarragona?”, y él contestaba: “El día 27 de agosto, a las 12 horas, 14 minutos, 17 segundos, aquel día el hombre del tiempo había dicho...”. En cinco minutos te daba el parte completo.

Aquel era un psiquiátrico muy caro y con gente muy civilizada, una clientela de neuróticos y viejos ricos ante los que se procuraba hacer un paripé de puertas medio abiertas que en aquellos años no era lo más corriente. Los sanatorios por los que pasaría Leopoldo más tarde fueron mucho más duros. Pedralbes, Ciempozuelos, Leganés, Mondragón, el provincial Francisco Franco. Este último tenía su sección psiquiatrica en un primer piso del que LMP escapó por la ventana, con tan mala fortuna que se rompió la clavícula.

martes, 18 de marzo de 2014

LEOPOLDO MARIA PANERO VISTO POR MICHI PANERO (3)

 

 
 
 Leopoldo había publicado su primer libro “Por el camino de Swann”, gracias a Pere Gimferrer. Gimferrer vino a Madrid para dar una lectura y Leopoldo fue a verle y a enseñarle sus primeros poemas. Gimferrer acabó llevándose a Leopoldo a Barcelona aduciendo que Madrid no le convenía.

LMP desde Barcelona me escribía hasta cuatro cartas diarias y me decía los libros que se había comprado y los que yo tenía que leer. Entre otras lecturas me aconsejaba los tebeos de Mandrake el mago y El hombre enmascarado, que él había adquirido en el mercado de San Antonio. Yo me compré la colección completa de Mandrake y de El hombre enmascarado; a pesar de tales lecturas no escribí luego “Así se fundó Carnaby Street”. Por entonces, sí había pergeñado varios cuentos que, sin estar realmente bajo el influjo de LMP (no había leído “Carnaby”), tenían cierta relación con su mundo. Se los enseñé a Vicente Molina Foix y fueron tan vituperados por él que se me quitaron por un tiempo las ganas de escribir. Por otra parte yo no sé por qué Molina Foix, que me parece uno de los peores escritores de este siglo, ejercía tamaña influencia sobre mí. Como novelista Vicente es infecto y como poeta simplemente no existe, pero tenía esa especie de poderío que no se sabía muy bien a qué se debía.

 


En Barcelona, Gimferrer ejercía una suerte de padrinazgo cultural sobre sus acólitos. Era el guru que decidía a quiénes presentaba y a quiénes no, con quién tenían que salir, qué película debían ver o qué libros leer. A LMP le presentó a Ana María Moix.

Si hay dos mundos que no tienen nada que ver son los de LMP y AMM. Sin embargo Leopoldo se enamoró de Ana María, una persona dulce, sensible, tímida, atormentada y, aparte de todo, lesbiana. Son cosas que sólo le pasan a mi hermano. Se enamora porque le parece como un chiquito, cosas todas de hilar muy fino. Si hay una persona a la que yo quiero muchísimo es Ana María, pero que despierte tales pasiones me parece un poco incongruente.


 
 
Leopoldo no fue correspondido y se intentó suicidar por ella. A raiz de este intento frustrado –se tomó dos cajas de barbitúricos-, mamá y yo nos trasladamos a Barcelona, donde conocí a Pere Gimferrer. Gimferrer quedó con nosotros en el hotel Gran Vía, en el que estábamos alojados. Nada más llegar, se quitó los zapatos y se tumbó en la cama de mi madre como si tal cosa:

-Si no te importa... Es que estoy cansadísimo... Sigue hablando, sigue hablando.

Luego salimos él y yo del hotel y nos sentamos a tomar unas coca colas en una terraza; de pronto Gimferrer me mira fijamente y me dice: Cuando yo te diga ya, levántate y echa a correr. Al rato me dijo: Vamos. Echamos a correr como locos; le seguí como alma que lleva el diablo, hasta que paramos a dos manzanas. Qué pasaba, le pregunto. Nada, hombre, nada; era para no pagar. Creo que si para algo le ha servido la Academia a Pere Gimferrer es para curarle de la locura.
 
 
 




lunes, 17 de marzo de 2014

LEOPOLDO MARIA PANERO VISTO POR MICHI PANERO (2)

 
Había entonces un cronista siniestro en ABC, Alfredo Semprún, un periodista espantoso que chapoteaba entre la crónica de sucesos y la política, que hizo una reseña a raíz de la detención de Leopoldo: “El conocido activista marxista-leninista y drogadicto Leopoldo María Panero...”; para este tipejo LMP reunía todo, era un catálogo de perversiones, el diccionario del diablo.

Toda esta época influye mucho en la conducta posterior de Leopoldo. Quizá fuera el fatum, porque tampoco se trataba de atracar un banco ni de pasar un alijo en La Celsa. Yo no digo que Leopoldo haya pasado por psiquiátricos o no, pero meterle en la cárcel  por unas pegatinas y luego por un porro son cosas que claman al cielo.

Aparte de que la brigada político social y la brigada de estupefacientes -no sé cómo será ahora la brigada contra el vicio o cualquier chorrada de éstas de Aznar-, pero entonces eran cosas muy duras bajo cuya jurisdicción cae Leopoldo. González Pacheco, el famoso Billy el Niño, era un auténtico sádico, un hijo de la gran puta, un comisario que jugaba a ser un guaperas, en realidad un hortera de bolera (creo que ahora es jefe de seguridad de una empresa privada).
 

 
La de Leopoldo fue una generación muy castigada, una generación a la que le tocó vivir a una edad clave los famosos estertores del régimen, que duraron la pera en dulce entre que se moría y no se moría el general. Nos cansamos todos de los estertores; hasta el pelo largo era un peligro, las lecturas clandestinas, tener que meterte en unos cuartos siniestros para comprar un libro de Sartre o del marqués de Sade.
Después de la etapa política y de su paso por la cárcel, LMP no puede hacer ni segundo de carrera. Se despega del asunto y se le cambia por completo la vida. No quiere volver a la universidad, ni le interesa nada la política ni Cristo que lo fundó. Había salido apaleado de aquella historia y muy gratuitamente apaleado, como tantos de su generación.





domingo, 16 de marzo de 2014

LEOPOLDO MARIA PANERO VISTO POR MICHI PANERO

Fue pocos días después del 11 M, tal día como hoy hace diez años, cuando José Moisés Panero falleció en Astorga, la ciudad paterna que había escogido como refugio. Tal vez pensó: Ya está bien, esto de las bombas ya es demasiado. Como homenaje a Michi y al recientemente fallecido LMP ("Dime tú payo, dime tú, payo al que llaman España"), y dado el culto panérico que se profesa en las redes sociales, voy a publicar en varias entradas las declaraciones de Michi sobre Leopoldo (entresacadas del manuscrito inédito y preparado a cuatro manos -es un decir- "El final de una fiesta"). Todavía resuenan en mis oídos, y en las viejas casettes, las voces guturales de ambos hermanos.
   

LOS OJOS ABIERTOS: EL HIJASTRO

asislazcano.blogspot.com/2017/05/el-hijastro.html

 

Mi hermano Leopoldo iba de entrada para haber sido un brillante catedrático. Empezó Filosofía y Letras y le gustaba mucho su carrera.
En aquella fase universitaria de mediados de los sesenta, combinaba su militancia en el PCE con su afición a Artaud y a las camisas de flores. Viajaba a París para ver a Lister y a Carrillo y a la gente de Ruedo Ibérico. De aquellas excursiones volvía cargado de panfletos, pero ya cachondeándose de Líster y de los viejos del partido. Líster estaba con unas sandalias olorientas y andaban todos ahí preparando unos guisotes de lata y fabadotas. No es que Leopoldo fuera un señorito, pero todo el mito –y como a LMP a tantos otros que fueron a París clandestinamente- se le derrumba en dos patadas. Los Líster eran terribles de ordinarios.










Las detenciones políticas de mi hermano han sido bastante absurdas, como todo en aquel final del franquismo y, sobre todo si se refiere a Leopoldo. La primera es, a raíz del referéndum del 66, cuando le cogen en la calle Ibiza, pegando pegatinas de No votar por las paredes. Le detuvo un sereno –lo cual es el colmo de los colmos de las detenciones, que te detenga un sereno- que le retiene en una panadería. Leopoldo contó más tarde que las pegatinas que llevaba en los bolsillos las echó en la masa del pan. El caso es que le conducen a la DGS, donde está sólo unos días, pero le pegan y además le fichan, que es peor. Su segunda detención, igual de disparatada, tiene lugar en una manifestación del 1 de mayo en la calle Bravo Murillo, cuando huyendo de los grises grita: “Por aquí, por aquí” y él y detrás media manifestación se meten corriendo en un callejón que resulta ser sin salida, un cul de sac. Creo que llevaba a la cochera de los tranvías o, no sé, puede que tratándose de Bravo Murillo fuera un callejón propiedad de Villena, donde Villena se compraba las joyas. En aquella ocasión, como la comisaría de Cuatro Caminos estaba a rebosar, ni siquiera les llevaron a la DGS.
 

Meses más tarde a Leopoldo le detienen en una fiesta en casa de un amigo suyo, José Ramón Rámila, un guapo de la universidad, de familia falangista (Rámila tendría una muerte absurda, se murió de pronto en la ducha). Hubo una redada en la casa y según entraban los amigos de Rámila les iban deteniendo y así pasa con Leopoldo, que llama a la puerta, le abren y le ponen las esposas. La casa de Rámila era un fumadero de maría y a mi hermano le encontraron dos porros en el bolsillo. Todas las detenciones de Leopoldo son como si tuviera los hados en su contra, porque tampoco es normal ni que te coja un sereno ni que llames a un timbre y esté la policía dentro. A los demás les soltaron enseguida, pero Leopoldo, que tenía ficha política, fue llevado a Carabanchel y juzgado por el Tribunal de Vagos y Maleantes (Vicente Aleixandre fue a declarar a su favor, pero no sirvió de nada). Le condenan a cuatro meses de prisión en el penal de Zamora, una cárcel húmeda y siniestra al lado del río, donde cumplían condena los presos etarras y pululaban las ratas...
 
LMP se lo pasó muy bien en la cárcel y todavía recuerda aquellos meses con nostalgia. Dice que en los sanatorios son todos unos hijos de puta, pero que la cárcel es otra historia. Bueno... Allí se hace amigo de Eduardo Haro Ibars, que también estaba preso por asuntos de droga.
Mi madre iba a verle todas las semanas y contacta con Claudio Rodríguez, el poeta más célebre en Zamora, amigo de Juan Luis y admirador ferviente de mi padre. Claudio intercede por Leopoldo y consigue, ya que no un trato de favor, al menos que le den mantas para que pase menos frío. Gracias a Claudio, Leopoldo es nombrado bibliotecario del penal e incluso consigue un tocadiscos, con el que machacar al resto de internos con sus clásicos Fórmula V y Lola Flores.


            


MONASTERIO EN RUINAS

siguiendo el río
donde florece el almendro
                                                                                            
donde anida la cigueña
 
donde pastan los burritos

 


se divisa el convento
 



si entras por su puerta
 
abandona la esperanza



 

Vs la entrada "El demonio del estramonio"
                                                  sept 2011

martes, 11 de marzo de 2014

11 M

11 M, por la tarde...



¿Fue aquella misma tarde en que estallaron las bombas, o fue la tarde siguiente? En todo caso, aquel mismo fin de semana. Yo había salido a recorrer las calles y había cruzado el río, hacia barrios lejanos –Carabanchel, Oporto- y ahora, cansado, quería volver al centro.
La tarde era fría y lluviosa y las calles estaban vacías, por eso me sorprendió encontrar una gran multitud que se congregaba en la plaza de Oporto, junto a la boca del metro.
Llegaban desde las calles transversales, envueltos en sus anoraks, marcando el paso con el paraguas sobre el pavimento húmedo. Al llegar a las escaleras del metro, todos se fundían en una misma corriente. Se agolpaban, encauzándose entre los dos parapetos de piedra, y bajaban las escaleras como engullidos por una cascada, igual que en esas máquinas tragaperras en las que unas monedas empujan a otras, que caen por una catarata.
Entre la multitud, era inútil intentar avanzar a mi propio paso. Avanzábamos, retrocedíamos, como en un paso de procesión, en medio de una masa compacta y fluctuante. Las voces resonaban en el vestíbulo, las caras crispadas bajo una luz ácida.
Habían abierto los tornos y se podía pasar sin billete. Los vigilantes, con sus uniformes verdes, se apoyaban en la pared de baldosas naranjas.
La muchedumbre se agolpaba en los andenes. Sentí un vahído y me apoyé en la pared curvada de azulejos, con el cuello inclinado hacia delante. En cuclillas, la espalda contra la pared, el mareo fue desapareciendo. Sonó un pitido de megafonía y una voz chillona, que resonaba en los tímpanos, retumbó a lo largo del andén. Al momento pasó sin detenerse un tren, repleto de gente, las caras pegadas a las ventanas.



Hubo un murmullo de decepción entre los que esperábamos, apiñados. Yo me había levantado y caminaba hasta el extremo del andén.
De pronto, sentí una mirada en medio de la gente, unos ojos clavados en mi espalda. Cuando me volví, unos ojos rasgados, grises, sombreados de pintura negra. Una mirada interrogativa, y también de reconocimiento, suspendida un momento hasta que la chica bajó la vista.
“Ahora viene otro”, dijo alguien. Una luz apareció en el extremo negro del túnel, la gente se apiñó a mis espaldas. Los vagones pasaron por delante reduciendo la velocidad y frente a mí se abrió la puerta. Entré el primero y me senté. Entre las cabezas que se agolpaban vi un momento, de perfil, el rostro de la chica hasta que desapareció al otro lado del vagón, engullida por la masa. De nuevo la misma sensación de opresión, de ahogo. El metro marchaba muy despacio, de pronto se detenía en un túnel entre dos estaciones –la negrura al otro lado de las ventanillas- y la gente, amontonada en el pasillo, contenía la respiración, las cabezas bajas, evitando mirarse.
Así hasta que fuimos llegando al centro. Estación tras estación, el vagón iba quedando vacío. La gente bajaba para unirse a una manifestación que recorría las calles.  Respiré. Me senté en uno de los asientos laterales y apoyé la cabeza en la barra, empezaba a adormecerme.
Sentí que alguien me tocaba, una mano me rozaba el pelo. Abrí los ojos y vi a la chica sentada junto a mí.
-¿Qué te ocurre? ¿Te encuentras bien? –preguntó con un acento extranjero, que marcaba fuertemente las erres.
Había apoyado la mano en mi hombro. Me miraba con una sonrisa forzada.
-Bien, estoy bien, no te preocupes.
-¿Seguro?
-Seguro… ¿Por qué haces esto? ¿Es por lo que ha pasado, verdad? –le contesté secamente.
La muchacha asintió y su sonrisa se hizo más amplia, al tiempo que comenzaba a helársele.
-La vida sigue como todos los días –añadí lacónicamente, y al momento me sentí estúpido.
Todavía ella se quedó sentada un momento.
–Perdona- dijo al final, volviendo a sonreír, se levantó y se acercó a la puerta. Nos despedimos vagamente, con un movimiento de cabeza, antes de que saliera.
Tuve un impulso de levantarme y salir tras ella (me pareció incluso que los demás pasajeros me miraban, como alentándome a ello), pero me quedé sentado en un segundo interminable hasta que las puertas del vagón se cerraron con un golpe seco.
 

jueves, 6 de marzo de 2014

EL ENTIERRO DE LA SARDINA (2)

 
 
 





 


 
 
 

PANERO


Otro que desaparece por la escotilla: Leopoldo María Panero, un superviviente nato, o eso parecía. Había sobrevivido a hermanos y novias, la última, Ana María Moix, por sólo unos días. No somos nada, una generación sin reemplazo.
Recuerdo aquella lejana primavera –LMP tenía entonces la misma edad que yo ahora, ¡glub!- en que desde Bilbao, íbamos a verle al psiquiátrico de Mondragón, y desde allí a una especie de tour guipuzcoano: a las fiestas de Bergara, a Eibar donde tenía su estudio el pintor Fernando Beorlegui.
 
 
 
De aquello salió un reportaje muy guapo, “de interés humano”. Algo se ha escrito sobre si la locura de Panero era de la verdadera o de la voluntaria: pura y dura caradura. En aquellos años los divos cobraban por entrevista, Leopoldo a su modo también se hacía valer. ¿Me pedís otra Coca Cola? Chester, dos paquetes. Mezclaba en su conversación a Georgie Dann con T. S. Eliot. A Bilbao volvíamos con la cabeza como un bombo.

Los Panero parecían tratar a la muerte de tú a tú. No sé si es la muerte o la vida, el tiempo, quien los ha vencido finalmente. Vaya frase me ha quedado, literaria y poética, "panérica" a su modo. A ver si encuentro en “mis” memorias inéditas de Michi algún bonito fragmento sobre su hermano Leopoldo. Qué mejor epitafio... 

             LMP de niño, en un ademán característico

 
A Francisco
Suave como el peligro atravesaste un día
con tu mano imposible la frágil medianoche
y tu mano valía mi vida, y muchas vidas
y tus labios casi mudos decían lo que era el pensamiento.
Pasé una noche a ti pegado como a un árbol de vida
porque eras suave como el peligro,
como el peligro de vivir de nuevo.
"Last river together" 1980