martes, 30 de septiembre de 2014

EL REGRESO A EUSKALHERRIA

Monstruos de La Bureba


Achuri lisboeta

Jokin en Atxarte


Caserío en la arena

 

Iglesia en el camino
 
Las puertas del campo


Thunder on the road




viernes, 19 de septiembre de 2014

OLE PERET

 

En los ochenta rumberos Peret había desaparecido del mapa, se había hecho evangelista y quedaba en el recuerdo como un personaje de la tele franquista. Fue cuando entró al culto. Algo descolocaba de ese Peret, la metafísica de ese Peret, gitano, y además catalán –¿soberanista?-, nada que ver con el fatalismo de Los Chichos, el romanticismo de Manzanita, la pasión desatada de Bambino. Con más desenfado que sus primos castellanos o andaluces (o extremeños: esos Chunguitos  perrocallejeros), con más humorismo. La fiesta no es para feos, El gitanito astronauta, El muerto vivo. Incluso su versión de El preso número 9, temita lejano e inofensivo, mitológico como cantar de ciego, contra la rumba “de malos tratos”.

 




Pero un colega tenía ese primer disco –La fiesta no es para feos, Soledad…- que cantábamos acompañando la borrachera, rascando las botellas de anís. Frente a la estructura musical como de pop manchego del sonido Caño Roto (el bajo rotundo, guitarras como látigos, palmas machaconas de las que huyen violines evanescentes),  disco de hermosa simplicidad, casi sin arreglos: guitarra y percusión: el ventilador, las palmas y los bongos.


Yo había chorado en Simago de Cuatro Caminos –ningún peligro, estaba en un cajón de saldos- una rara casette titulada Del coco a la paja que fue su última grabación antes de su inmersión en las aguas del Jordán (y que era la versión traducida de un disco grabado en catalán). Un disco con coros irrísonos (si es que existe tal palabro).


Peret, frente a tanto flamenco desnortado, apasionado, drogado y suicidado, parecía un cuco, haciendo pelis con Saza y con Ozores. Parecía un cuco que en vida supo rentabilizar su éxito –con la ayuda de Estopa, Muguruza, Santiago Auserón, y los que le reivindicaron, como luego se han reivindicado las latas viejas del Cola Cao.

 


Pero ojo, Peret era un hortera eurovisivo pero también un enviado, un médium del son,  atravesado eléctricamente por esa conexión caribeñoafricana en la que según García Márquez laten los ritmos ancestrales de la tierra…


jueves, 11 de septiembre de 2014

ESQUICINE

 

Guardianes de la galaxia. Un producto Marvel más, una reminiscencia de Star Wars, aunque con atractivos muñecos y escenarios. Lo mejor: un tipo treintañero que entró en la sala con el film ya empezado, gorra de beisbol y cartón con palomitas, gritando: “¡Película recomendada por Al Pacino!” ( y era verdad, lo leí en una entrevista en El País). Se sentó al lado de un viejo al que pareció desagradar su irrupción (luego pensamos si no sería su padre), esparramando por el suelo las palomitas y gritando comentarios cinéfilos tipo: “Aquí no hay guión ni hay nada! “Si no fuera por las palomitas” “Si estuviéramos viendo Alien” “Si estuviéramos viendo Depredador”. Incluso creo que en un momento le dijo algo al viejo en que creí entender la palabra Niño, y el viejo replicó: “A El Niño iremos otro día”.
 


El Niño me ha parecido un vistoso telefilme, poco más. Y un importante ejercicio de promoción. Es una historia desaprovechada, donde sus diversos ingredientes no terminan de engarzar. Faltan personajes, romanticismo, aventura, profundidad psicológica y la garra de pelis como Grupo 7. Habría sido mejor hacer un nuevo Bajarse al moro, o una especie de Deprisa deprisa del Estrecho. Algo más modesto como punto de partida, porque para lo que ha salido tampoco hacía falta pasarse cinco años para “mejorar a tope el guión”, que dijo el director. Yo veo un guión tentacular pero que no llega, un poco como No hay piedad para los malvados, la de  Urbizu, aunque El Niño me gusta mucho más que aquella. Aquí al menos buenas panorámicas y buenas interpretaciones. A destacar el racismo del cartel de la película, donde salen los nombres de todos los actores, menos los del chico y la chica marroquí, que tienen papeles importantes. 

 
 

martes, 2 de septiembre de 2014

SECUESTRO DE HOUELLEBECQ








…sosa y sin embargo simpática película, mezcla de comedia y falso documental. Con un escritor español dudo que hubiera podido hacerse algo parecido, a no ser que se hubiera prestado Leopoldo María Panero a ser “secuestrado”.
 


Esta noche he soñado con que me encontraba a Michael Houellebecq andando por Bilbao. Me lo cruzaba muchas veces y al final se había quedado con mi cara. Después le veía, apaciblemente instalado en el mostrador de una tienda, de una papelería, de una oscura mercería, charlando con la dueña, y, al pasar yo por la calle, me miraba con sus ojos penetrantes, desconfiado y  apaciguado, medio dormido y a la vez muy despierto, sospechando de algo, sin sospechar que lo único que yo quería era regalarle un ejemplar de mi novela El norte. 

                                                                             


 

Ahora que recuerdo Houellebecq estuvo en Bilbao, dio alguna charla en La Alhóndiga, en ese festival tan poco gracioso que se llama La Risa de Bilbao, y algunos tontos que fueron a verle le gritaban que apagara el cigarro, “no se puede fumar”. Menos mal que el escritor francés se hizo el orejas. Pero entonces, ¿a qué iban? Hay que admirar a la bestia en su inofensiva particularidad, no intentar desenmascararla.
 
 

Crítica enviada por Maan:El secuestro de Michel Houellebecq”, dirigida por el ignoto Guillaume Nicloux…, es un curioso documental de ficción que pretende dar respuesta a lo que le pasó al escritor francés cuando, en plena promoción de su última novela, “El mapa y el territorio” (que a mí no me gustó), desapareció sin dejar rastro. La peli es una coña total, que plantea que fue secuestrado y alojado en una casa de campo donde, secuestradores y dueños de la casa lo tratan a cuerpo de rey, mientras dura su cautiverio (vamos, que hasta le llevan a una veinteañera de quitar el hipo para que se la tire). Hay momentos y diálogos muy tarantinianos en los que resulta casi imposible no soltar la carcajada. Houellebecq resulta un actor muy convincente, quizá mejor intérprete que escritor. Una rareza total pero que me atrevo a recomendarte (y no hace falta ser un especialista en Houllebecq, como ando leyendo por ahí, para disfrutar de la peli).