lunes, 28 de noviembre de 2016

EL CINE DE ELOY


Cuando aquella entrada de El Madrid de Eloy había prometido vagamente, lejanamente, otro post sobre El cine de Eloy de la Iglesia, y ahí va eso, aprovechando la revisión de Navajeros por la tele.

 
 

El cine de Eloy levantaba pasiones. En el estreno de El pico en un viejo cine de la Gran Vía de Madrid, fui a mear y había gente, trajeada incluso, poniéndose un chute para ver la peli con relax. En El Pico 2, cuando la estrenaron en Bilbao, en el cine Capitol, Pablo e Yñarrón contaban que la peña se apelotonaba a la entrada del cine, contra las grandes cristaleras que daban al vestíbulo. Estallaron los cristales, inundó la sala el personal y comenzó la proyección. Estaba el horno como para bollos…



Navajeros la vi un domingo con el cine abarrotado, el Condado de Cuatro Caminos. Primero, Operación Dragón y, como para no hacer esperar a la basca, aquella vez no hubo descanso en medio del programa doble. José Sacristan, el periodista/idealista, escribiendo a máquina la crónica de sucesos. Fundido en negro, y suenan los compases de Burning:

                       Jaro está en la calle, sin sitio donde ir…

 
 



Ahora a Navajeros se le ven las hechuras cinéfilas. La música clásica subrayando atracos y peleas remite directamente a La naranja mecánica. Hay cosas hasta de spaguetti western, cuando la sodomización del Jaro, primeros planos de los malotes con grandes carcajadas. Pero la peli aguanta.

 
Navajeros, junto a Perros callejeros y Deprisa deprisa, son la trilogía estrella del cine quinqui, las más representativas.

 

De la Iglesia es más mitómano, y también más ideológico. De la Loma (Perros callejeros) hace una peli muy de acción, con persecuciones de coches que se hostian, con un fondo frío de suburbios, una serie b que quedará como gran documento sociológico. La de Saura, en comparación, tiene un trasfondo romántico, un color anaranjado y soñador como de crepúsculo.



 




Las pelis salieron bien. Los intérpretes ayudaron lo suyo, levantaron y dieron credibilidad a un mundo. Algunos andaban en el filo, los de Perros callejeros eran chorizos, directamente. Los directores iban de redentores, pero lo que hacían con aquellos muchachos era encasillarles todavía más y ya para siempre.

 

 
Hay otras pelis, raras algunas -De tripas corazón, La patria del rata, Todos me llaman gato… Incluso en Maravillas una mezcla de géneros que la aparición  estelar de Pirri decanta hacia el cine quinqui.


Pero volviendo a Navajeros… la peli, muy estética y muy colorista –De La Iglesia la define como mezcla de periódico y comic- , vale sobre todo como relato o reflejo de aquel Madrid setenta/ochenta y de sus suburbios, de La Ventilla a la carretera de Andalucía. Impresionante ese poblado que se pierde a lo lejos, a ambos lados de la carretera.







El guión es de Eloy y su guionista de siempre, Gonzalo Goicoechea –un guipuzcoano y un navarrico. Pero es que esos vascorros siempre han tenido ojo para la narrativa de Madrid. Baroja, siempre, y también Aldecoa, Zunzunegui o Blas de Otero.
 


Eloy era un cineasta valiente –y hablaba de lo que sabía, de su mundo.  Había tocado el tema desde fuera, Miedo a salir de noche, los vecinos acojonados por los delincuentes. Con Navajeros saltó al ruedo y al final le pasó factura.




 

jueves, 24 de noviembre de 2016

BILBAO REENCONTRADO: LA CASA DONDE NACIO BLAS DE OTERO

 

No entiendo lo que le pasó a aquel chicho, era muy piadoso. No faltaba nunca a la congregación de los kostkas …


Tal era el dudoso diagnóstico del tío Joaquín sobre Blas de Otero en el pequeño Bilbao prewar donde todos se conocían (T J no comprendía el paso del gran Blas de poeta cristiano a poeta social y  rojo).

la blanca la del viejo, la rojita a la izda la de Blas

La casa donde nació Blas es contigua a en la que creció mi padre, acojonante casa malvendida familiarmente. Y, para meternos todos en el mismo saco, y yo también cobrar protagonismo: yo aprendí mecanografía en la casa donde nació Blas de Otero, siempre pensé que se me podía pegar algo. Era en otro piso, claro, una academia que se llamaba Mecarapid. También la poesía de Blas de Otero tiene algo de mecanografía, en el mejor sentido: el de las palabras negras clavadas con limpieza sobre fondo blanco.
 
 
 
 

 
 
La cocina es lo más surrealista de la casa.
    (Claro que me refiero a las cocinas con fogón de carbón.)
    Una bombilla amarilla ilumina la dostoievskiana cocina.
    Noches de invierno, con lluvia, frío o viento o granizo y las
               escuálidas gotas chorreando por la cal.
5   Yo he residido largamente en la tierra, esto es: sobre las lívidas baldosas
               de la cocina.
    He escrito muchos poemas en la cocina
    Y, por poco, casi he rezado en la cocina.
    El mes de febrero es elegido con fruición por todas las
               cocinas de provincias.
    Mi cocina en Hurtado de Amézaga, 36, contribuyó poderosamente
               a la evolución de mi ideología.
10  (Hoy recuerdo aquella cocina como un santuario, algo así como Fátima con carbonilla)
 
 

 



 

El poema es “El obús de 1937”, pero aquí se refiere a otra casa de la misma calle, donde pasó la guerra… Y un poco más arriba, ya cerca de Zabalburu, está la casa familiar, casa La Terraza, que construyó su padre. El caso es que Blas de Otero se pasó de niño y joven dando vueltas Hurtado de Amézaga para arriba y para abajo. (No voy a dar números porque he estado mirando en internet y cada uno dice una cosa, y además la numeración ha cambiado desde entonces. El que quiera hacer una ruta cultural, que se busque la vida…).
 
No sé qué habría pensado Otero del premio nobel para Dylan, a lo mejor que se lo habían tenido que dar a él mejor, pero es de los primeros poetas que le citan, ya en los sesenta estaba al loro de Bob:

Hoy es Domingo y por eso / decía César Vallejo por eso / escucho a Bob Dylan / me hundo en el fondo del subconsciente / buceo a ojos cerrados y todo aparece diáfano como la armónica de Bob.
 
 
 
 

martes, 22 de noviembre de 2016

TRAINSPOTTING 2 2






Pero ahora corren nuevos tiempos. Las pastis y el perico han sustituido al caballo (únicamente Spud sigue enganchado). Leith, el barrio chungo de Edimburgo, está en alza, saneado por la especulación, y estos cuatro amigos se enfrentan a una nueva generación de hiphoperos, chicas intelectuales y tiburones yuppies. Sick Boy, existencial, consciente de que “la vida transcurre en otra parte”, quiere aprovechar el tirón y acepta el traspaso de un pub en la zona del puerto, en el que improvisa un estudio de porno casero. Recluta a Nikki, joven estudiante de teoría del cine,  trabajadora en una sauna y ocasionalmente chica de alterne (Nikki cuenta entre sus clientes a Severiano, político del PNV de visita en el parlamento de Edimburgo) y a un tal Terry, al que un accidente imprevisto en sus partes más sensibles deja inutilizado para las filmaciones, por lo que será sustituido por Curtis, bakaladero tartamudo e inseguro que se crece en los rodajes.
 

Para la producción Sick Boy ha contactado de nuevo con Rent Boy, olvidando viejas trifulcas. Cierta cohesión, una vaga nostalgia, les vuelve a unir para intentar sacar el máximo provecho el uno del otro. Spud (“Spud pertenece a una forma de humanidad que se ha quedado obsoleta con el nuevo orden”, dice Sick Boy) deambula por ahí, lee Crimen y castigo, va al centro de rehabilitación, y hasta se recicla en literato con una historia sobre Leith, el viejo puerto que fue anexionado a Edimburgo. En cuanto a Franco, acaba de salir de la cárcel después de diez años y no se entera de nada –teléfonos móviles, VDU (DVD)- y gira por las calles del barrio como un peligroso planeta al que todos quieren evitar. Así hasta llegar a la debacle final, que no es cuestión de adelantar.

 
Ahora, con treinta y muchos años, los Trainspotting se han vuelto más individualistas. Quiere ir cada uno por su lado pero a la vez se necesitan para encontrarse a sí mismos. Son una especie a extinguir y lo saben, por eso juegan sus últimas bazas. Refinados, crueles y siempre desconfiados, la droga no embota sus sentidos. Siguen en lucha contra todos los demás: contra las generaciones (viejos borrachines y cachorros hiphoperos), contra las mujeres, contra la familia (sean sus padres o sean sus hijos)  y sobre todo contra los amigos, porque “no hay amigos en esto, sólo conocidos”.
 
 

 
Welsh, siempre narrando en primera persona, pasando de uno a otro, sigue el devenir de sus héroes con una cámara y su interior con un chip que les ha colocado en el cerebro. A veces ralentiza su discurso speedico, ahora que están entrando en la madurez (¿). En Porno hay momentos para reírse y hay momentos casi para vomitar.”Sin crueldad no hay fiesta”, cita Welsh a Nietzsche para encabezar la novela. Seguimos queriendo a estos chavales aunque no nos fiaríamos de ellos un pelo.
 

 

domingo, 20 de noviembre de 2016

TRAINSPOTTING 2

 

Ya, ya sé que todo esto va tomando un aire amable  y lejano de hemeroteca, pero, como diría Camilo, me la suda. Por las mañanas hago el papeleo o brevemente despacho con los amigos, como si fuera un abogado o un tratante de caballos. Luego me encierro aquí, lo de afuera cada vez me interesa menos: llueve, es de noche, suenan las putas sirenas...Tengo libros y discos suficientes para pasar el invierno, no faltan las pinículas y el ordenador todavía parece que funciona. Los gatos están contentos de tenerme con ellos aunque últimamente se toman demasiadas confianzas. Tengo también a Lázaro alojado y el cabrón me dice que este blog sólo lo leen los amigos. Un saludo a todos.


 
 
Ahora que se anuncia una peli de lo mismo voy a copiar la crítica que hice para la Vanguardia sobre Porno, la segunda parte de Trainspotting, el artículo andaba enlazado por la red pero veo que ha desaparecido. (Aunque para mí la mejor de la trilogía es Skagboys la última publicada y cronológicamente la primera). Afuera sigue lloviendo. Me acuerdo de Papá, aquel yonki gordito que se buscaba la vida en la estación Sur, y que soltó, un día de perros: "Bua, me parece que me voy a ir a mi casa, a tomarme un litro de cerveza y a meterme un pico..." Todo muy hogareño

gatos



Lázaro

Sick Boy, Rent, Boyd, Spud. Y Franco, también llamado Beagbie, François o El Pordiosero… En Porno regresan estos cuatros pasados de Edimburgo, diez años después de Trainspotting, y son más ellos mismos que nunca, desgraciadamente para ellos, pero para regocijo del lector. Desquiciados, analíticos, esquizoides y malvados, con los años se han endurecido y hecho todavía más cínicos. Peligrosos sociales, si no fuera porque Irvine Welsh no tiene una mirada mucho más indulgente hacia el mundo que les rodea.
 
 
Sick Boy, meloso y aprovechado con las tías, ahora con pretensiones de yuppi, vistiendo de Armani. Dany Spud o el místico: al que le caen todas las desgracias, pero que es el niño mimado de Welsh. Franco el violento, el presidiario, con ramalazos psicópatas, dándose de cabezazos con todo lo que le pone delante. Rent Boy, que fue la voz cantante en Trainspotting –papel que ahora pasa a Sick Boy –frío, indefinido, con algunas vetas de ternura, lo que no le impidió largarse con la pasta de todos al final de la anterior entrega, como recordarán los lectores y/o espectadores (si la película era buena, la novela fue mejor), cortando amarras con su historia y la de todos rumbo a Ámsterdam.
 


SIGUE EN TRAINSPOTTIN 2 2

BILBAO REENCONTRADO: LAS FIESTAS DE SAN FRANCISCO

 

 

La calle bajaba a los infiernos. Era  el camino más corto y también el más fascinante, con algo de sueño recorrerlo bajo las fachadas viejas y cadáveres levantados esperando el juicio final. Las aceras estrechas interrumpidas por los pobladores del extrarradio –gipsies, junkies, niggers, marginales (que dijo Gerekiz), mutantes…


Tampoco era para tanto, bastaba con poner cara de paisaje para que te dejaran  paso franco. Pero si era complicado pasar por las aceras, también por en medio de la calzada. Y una noche de verano, bajándola a todo meter en bici, estuvieron a un tris de quitármela. ¡Para colega para! Una aduana de yonkis haciendo tapón en medio de la cuesta. Aceleré por si las moscas, driblé, y subidón de adrenalina.


 
Como esas he visto cosas que no he visto en otras partes de la ciudad. Es un reverso y un sumidero, un Casco Viejo sumergido, pero tiene por eso una pululación humana de la que carecen zonas más chics. Sí he oído hablar del glamour de épocas pasadas, los cabarets, los restaurantes. Pero verlo no lo he visto y en mis primeros recuerdos hay carteles de circo en las paredes y borrachos durmiendo en los soportales. 


 

En la noche de octubre, encontramos por casualidad las fanfarrias y fue revivir los viejos sueños. Al final la comparsa castiza fue sustituida por una actuación de coros patrióticos y del LGTB. El sueño devino espejismo. En la plaza se ralentizaba una aburrida actuación de hip hop, con muermo nortafricano. Eludiendo los bares modernos volvimos cuesta arriba en la madrugada y los moros que copaban las aceras me soplaron medio paquete de tabaco.