Qué de libros no pude leer en la Dehesa de la Villa, con 20, 21, 22
años…Recuerdo, cuando se acercaba el
verano, el pinar atravesado de chicharras y yo buscando la sombra, mirando la
ciudad borrada por la calima. Kerouac, Proust, Malcolm Lowry, dos tomitos con
canciones de Bob Dylan… Por leer, en aquellos años que uno podía con todo y
todo le aprovechaba, incluso me tragué medio
Ulises de Joyce. Medio, porque era una edición de dos tomos y sólo tenía el
primero.
Poco después me haría con la
edición completa, la de Bruguera libro Amigo, que me consiguió un idem en una
librería/papelería de Bilbao. Edición que tengo repetida a día de hoy, pues recientemente
choré los dos tomos en un Remar, un mediodía que no había nadie en la tienda.
Han pasado veinticinco años del
primer intento y por fin me meto con el libro, sin saber si lo terminaré o
moriré en el intento. Me anima el prólogo de Valverde, el traductor, que
considera a Ulises un gran libro humorístico, un nuevo Quijote, la mejor novela
del siglo XX…
Veredicto personal: un puto
coñazo.
Vale que Joyce introdujo en el
lenguaje escrito el lenguaje/vaiven del pensamiento, el monólogo interior, las
tonterías e “indecencias” (Valverde) que se le pasan a uno por la cabeza…
Antes de Joyce, el pensamiento
era más que el lenguaje. Con él el
pensamiento no puede ser sin encarnarse en el lenguaje. O sea que James Joyce –pronúnciese
así, como suena, en vez de yeims yois-
pone en práctica narrativa las teorías
de Saussure, Witgenstein y otros. ¿Capisci?
La técnica de Hoyce la
desarrollarían con mejor fortuna, introduciendo estos monólogos en la fluencia narrativa, dese Faulkner hasta las últimas
redacciones del colegio.
Ulises queda como hermosa muestra
de arqueología, como lectura es insufrible.
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