Qué
bueno este libro sobre José Luis Manzano. Muy bueno y muy triste, tremendo.
Manzano,
el chico descubierto por el director Eloy
de la Iglesia en unos billares cuando iba a la busca de carne fresca, y
catapultado al star system cañí del cine nacional, catapultado y estrellado...
De
la Iglesia le coge como “actor fetiche” de sus películas
–Navajeros, Colegas, las dos del Pico, la Estanquera de Vallecas-, y además se lleva a vivir con él al muchacho. ¡17 tacos!, una época más turbia pero también más libre (tan es así que enseguida entran la hermana y luego la madre de Manzano como asistentas en casa del señorito Eloy).
Ahí
están, juntos y revueltos, los marxistas dialécticos y los chicos del arroyo,
De la Iglesia y su guionista Goicoechea instruyendo a Manzano y a Pirri sobre
la lucha de clases, y al final todos deshaciendo las papelinas con las uñas.
También
salen Quique San Francisco, Antonio y Rosariyo, el cura/pederasta Martín Vigil
y el cura/obrero Pedro Cid. Y un paparazzi de Interviu, un periodista/basura
que remueve los cubos para sacarla a la luz. Un vodevil muy madriles que
termina en la tragedia.
De
la Iglesia aparece como una loca y también como una faraona, reclutando a
actores y técnicos, previa pleitesía y vasallaje, para su cine
“sensacionalista”, que, con todo, ha quedado como de lo más visible de los
ochenta aún sin poder traspasar la barrera de la década.
Cuando
el sistema de producción por subvenciones deja fuera al molesto -personal y
artísticamente- director, su caída precipita la de todos sus acólitos, algunos
con red y otros sin ella, como es el caso de Manzano, “una personalidad
destruida o mejor, nunca construida, que vive en una paranoia fantasiosa”,
diagnostican los servicios sociales.
Ya
no más películas salvo la película de la vida que va en presente continuo y no
para nunca hasta el corten/pausa de la siguiente dosis.
A
Manzano se le veía mucho en la plaza de Chueca, o recorriendo las filas entre
los autobuses de Cibeles, dejándose ver, muy en actor. La sonrisa angelical y
un poco ida, ricitos de oro. Lo que dijo el Pirri: “un pringaíllo”.
El final no lo cuento porque se adivina.
El
que ha levantado toda esta época y entrevistado a los supervivientes y recreado
su atmósfera de frío y lluvia es Eduardo
Fuembuena, cineasta aragonés, que ha escrito un tocho de ochocientas
páginas, autoeditado (de venta en Amazon) “para evitar la autocensura”.
A
veces Fuembuena se enrolla mucho –documentación exhaustiva de las leyes del
cine, la política de drogas, el PC al que pertenecía Eloy, las asociaciones de
barrio, las parroquias –pero en el fondo sociológico se recortan con fuerza y
humanidad los personajes (personas) y todo ello contado con frescura y cierta
ingenuidad, en un tono antisistema/cristiata que sí, que tal vez no habría
pasado los filtros editoriales. A mí me ha parecido un libro importante.
- "Yo creo que no fue por sobredosis, fue por un plus de jujana" -"Pirri, por favor, ¿puedes explicar a los espectadores qué es eso?" -"Pos eso, que les tangaron, que era full, que era jujana"
ResponderEliminarComprate un perro, te hará compañia y tendrás a tu primer amigo.
EliminarMadre mia creía que ya lo habías dejado Antonio me dijeron que te encontraron en un viejo y abandonado opel Kadett llorando con tus pantalones bajados por que 2 o 3 jubilados te sodomizaron aprovechando el subidón de tu penúltimo pico. Tenias el ano como un bebedero de patos y la parte trasera de tu jersey empapada de semen, parecías un plato de tapioca Antonio.
Adiós Antonio y que tengas suerte en la vida y cuidate