domingo, 27 de octubre de 2013
domingo, 13 de octubre de 2013
LA GUERRA EN LA SIERRA
Salen a la luz algunos baluartes de la guerra civil en la Sierra
Norte, esa sierra todavía perdida (por fortuna a suficiente distancia de la
capital para que no acaben de cuajar ciertas iniciativas urbanísticas…)
Este humilde bloguero residió años atrás en la zona, pero
nunca quiso sacar el tema. ¿A qué viejas historias de
Castilla La Vieja? Es sabido que la ceñuda población rural vota mayoritariamente
a las derechas… Todavía en Montejo de la Sierra se ven coronando los tejados
veletas con el yugo y las flechas.
El caso es que la sierra se
mantuvo resistente gracias a los milicianos que subían de la ciudad, los cuales
evitaron la toma del pantano de Puentes Viejas. Durante los tres años de guerra
se formó lo que se dice un frente dormido,
entre Paredes de Buitrago (reps) y Prádena del Rincón (nacs) (en esta última localidad
es donde vivió mi menda). Incluso los dos bandos, recuerdan
los más viejos, jugaron entre los cerros
algún partido de fútbol…
A Franco, por otra parte, le interesaba más entrar con sus moros desde el sur, y dejó en aquel limbo de montañas a falangistas y requetés…
Había un hippy, que no se enteraba de nada, pero que había encontrado algunas granadas… Me contó que andaban peinando con detectores de metales el inmenso pinar que rodea al embalse de Puentes Viejas (vs. la entrada La casa en el bosque –julio 2012- es el mismo pinar).
Por ahí pretenden hacer la ruta de
los búnkeres y los nidos de ametralladora. Pero no sólo queda esa ruta -hasta
ahora medio tapada por el musgo y la hojarasca-, también en lo alto de los puertos
(El Cardoso, La Puebla), junto a los puestos de vigilancia de incendios, perviven
casamatas y fosos devorados por la hiedra, donde anidan ratones de montaña y lagartos
de verde esplendor…
viernes, 4 de octubre de 2013
JUAN LUIS PANERO VISTO POR MICHI PANERO
Aprovechando
recientes motivaciones necrológicas
incluyo en esta entrada unos fragmentos de “El final de una fiesta”, las
memorias inéditas de Michi Panero –documento inédito pero fundamental de cara a
los estudios literarios de la posteridad- que, en forma de libro “de
conversaciones”, pergeñamos MP y el autor de este blog.
A Juan Luis lo que le
deslumbra especialmente es la riqueza, las grandes familias, el anhelo por
convertirse en un personaje proustiano.
Evidentemente, si hay un
personaje poco proustiano, ese es mi hermano Juan Luis; como mucho podría
llegar a ser el gran Gatsby: esa fascinación que tiene Gatsby de contrabandista
oscuro por las grandes casas. Proustiano, Juan Luis nunca lo ha sido: desde los
chorizos que guardaba debajo de la almohada, cuando vivía en casa de la abuela
hasta hoy, lo suyo ha sido el desgarro, esa especie de rapiña que era su vida,
el afán de amontonar cosas. De pronto encontrabas una barra de chocolate que se
le había deshecho al dormir encima de ella, cosas como de pobre de solemnidad...Luego, de cara a la galería, Juan Luis tenía esas poses de nuevo rico. Durante los rodajes pedía para comer trucha y vino blanco de cosecha especial delante de todos los maquinistas y todos los eléctricos, lo que no es más que una falta de educación y de buen gusto.
Hay en Juan Luis una serie de personajes superpuestos uno encima del otro, que lo mismo pasa de la infancia con los chorizos y los chocolates derretidos a esos delirios de “yo sin mi vino blanco y mi truchita no puedo trabajar”. Pero qué truchita ni qué niño muerto.
De los intentos de suicidio
de Juan Luis, recuerdo cuando me llamó mi madre al apartamento de Hermosilla,
aterrada: “Ven pronto, Juan Luis ha intentado suicidarse”.
Fui corriendo a la calle
Ibiza y me lo encontré tirado en el suelo,
rodeado de manuscritos chamuscados esparcidos por todas partes. Ese gesto de
“Voy a quemar mi obra”, sólo que Juan Luis, esperando su “resurrección”, ni
siquiera había quemado los originales, sino fotocopias de los poemas. Debía de
haberse bebido dos copas y luego se tomó cuatro optalidones; le hicieron un
lavado de estómago en la policlínica y como nuevo.(…)
Mi madre solía venir al apartamento de Hermosilla, huyendo de las persecuciones de Juan Luis y, sobre todo, de las de Leopoldo, aún más terroríficas.
A Juan Luis, por ejemplo, en una de sus borracheras se le quema el colchón y no se le ocurre otra cosa que tirarlo por la ventana, ardiendo. En “El desencanto”, en esa escena en la que sale con el sombrero de vaquero hace como que dispara a unas botellas…, cuando el que dispara de verdad, y acierta, es un tío de producción que está detrás. La gente del rodaje me lo contaba y a mí me daba un poco de vergüenza ajena.
En el fondo a Juan Luis le
gustaría ser como Josep Pla, el escritor escéptico, solitario, recluido en el
Ampurdam. Quizá si no fuera tan mitómano podría hacer unas memorias
interesantes, partiendo de su infancia de Londres con Eliot y con Cernuda. Lo
difícil, hasta para él mismo, sería deslindar lo real de lo ficticio. Me
acuerdo de cuando me llevaba a los toros, a la plaza de Las Ventas, él
disfrazado con sombrero y fajín, como una especie de millonario americano y
luego esas cosas que decía: “En este palco me sentaba yo con el viejo Orson”
Evidentemente ni se había sentado con el viejo Orson ni nada, pero las mitomanías de Juan Luis eran feroces y lo siguen siendo. Si todo su mundo fuera real, Juan Luis tendría la vida más interesante de toda la literatura mundial, no digo española, sería una especie de ser privilegiado. Y no dice que ha estado con Tolstoi escribiendo “Guerra y paz” porque no puede decirlo cronológicamente, si no lo diría, o con Dylan Thomas o con Lowry, que es uno de los motivos por los que se va a Méjico: “Buscando al viejo Malcolm”. Juan Luis lleva a tal punto lo anecdótico de la literatura que es grotesco; es una cosa esquizofrénica ese fetichismo, como el de los camioneros que llevan en la cabina la foto de Manolo Escobar.
Juan Luis también
desaprovecha todas las oportunidades: si
hay una persona que ha encontrado las puertas abiertas es él pero parece que le
viene todo muy grande. Con veinte años va
a hacer el servicio militar y ni lo hace, lo saca un hipotético general
Panero, lo tiene todo regalado… Luego ingresa en el PCE, del que acaba
expulsándoles Javier Pradera (uno de los grandes odios de Juan Luis) a él y a
Rafael García Hormaechea, un pijo amigo suyo del barrio de Salamanca; les echan
porque llevaban el pelo largo, o eso cuenta Juan Luis. Después, a la muerte de
mi padre, coloca un libro de poemas y trabaja en el Readers Digest; yo no sé
qué habría hecho en su lugar cuando a la viuda de Panero la gente la volvió la
espalda.
miércoles, 2 de octubre de 2013
LOS CINES DE BRAVO
Estaba viendo por tv la película
de Salvador Puig Antich y recordando
cuando la ví por pimera vez, en los cines Renoir de Cuatro Caminos. Y poco rato
después, en internet, veo que desaparecen estos cines –consagrados, para bien y
para mal, al cine español, según designio de su propietario, el duro González Macho.
Durante años, allí veía, cuando
todavía parecía que iba a ser algo (y también, no nos engañemos, porque me
quedaba cerca) las pelis de Calparsoro, de Mariano Barroso, de Almodóvar, Martín Hache, Tierra y Libertad… Pero
luego el cine español se convirtió en cinespañol
y ya nol.
Así que, más que la extinción de
esa sosa cinematografía, la pena me da que ya no queden más cines en Cuatro
Caminos, barrio que era la meca del cine cuando llegué a vivir a Madrid,
perdido un domingo interminable en aquella calle interminable, llena de
autobuses largos y rojos como una calle de México DF –donde nunca había estado entonces
y luego tampoco-.
Condado, Cristal, Europa –allí en
los años 30 los mítines de José Antonio y luego la checa anarquista- Savoy, Lido, Versalles (aquí un piso era cine y otro
discoteca)- pero aquella tarde no nos dejaban entrar a ninguno, porque todos
los programas eran para mayores de dieciocho.
Eran unos hipócritas, pues entre semana, con los cines vacíos, pasabas a la que querías, se relajaba la calificación moral...
En el Condado –también llamado Montija- el programa que ponían era La isla y El regreso de Chris Gretsko, dos pelis que desde entonces en vano he intentado ver, perdidas quién sabe en qué oscuras distribuidoras.
martes, 1 de octubre de 2013
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