El gran San Blas,
o sea, prolongación de Arturo Soria, pero un poquito más hacia el Este.
o sea, prolongación de Arturo Soria, pero un poquito más hacia el Este.
En el bar suenan los Purple y entre la peña –basca del barrio, algunos con las zapatillas de andar por casa- se elevan volutas de humo. ¿Mil novecientos setenta y…? No, 2011. Pero aquí no se puede hablar de “insumisos” ni nada de eso. Gente, sencillamente, que hace su vida igual que siempre y a la que Europa y todo eso le queda muy lejos. Echando humo en SB. El viaje hasta aquí no es un viaje a través del espacio, sino a través del tiempo. Una larga carretera con luces de factorías, la noche amarilla bajo la luz de los plátanos, casas de dos o tres pisos como dados echados al azar. Corredores, callejones sin gente: aquí sí se puede aparcar. Comercios muy pocos, y los que quedan –Peluquería Mari Pili, La Elvira Pastelería- con la misma patina de treinta años hace. Unas calles más allá, metro Simancas, parten los kundas con su cargamento de espectros. Ahora en el bar ladran los perros y suena el Sweet Jane de Lou Reed. SB es mucho SB.
Más tarde, cuando estábamos echando unos cantecitos, tuvimos una visita. Entraron unos chavales simpatiquísimos, diciendo que por favor bajáramos la música. Chavales jóvenes, de buena estatura. Les identificamos por los guantes que llevaban –hombre, tampoco había tanta mugre- y por un medallón estampado, estrellado, como del niño Jesús pero donde ponía Policía Nacional. Del tabaco no dijeron ni mu, ni de unos sobrecitos con polvos mágicos que circulaban por allí. Está bien, un poco de transigencia y de respeto. Pero los vecinos que no me los despierten.
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