Salgo en bici por la mañana temprano, aprovechando el domingo/dominguillo (antes de las once, las calles casi vacías, lo tengo comprobado). Hoy no quiero maratones ni paseos concurridos, sino callejear por los barrios de la primavera, cuando aflora el verde polucionado y brillante rompiendo las costuras de la ciudad. Verde entre los patios, verde entre las ruinas y a la orilla de las carreteras, un penacho verde flotando sobre las calles que se ven a lo lejos. Si dejáramos la ciudad librada a su suerte (ojalá, a ver cuando) terminaría por convertirse en selva.
Lo que tiene el paseo en bicicleta, repasando callejones, subiéndose a la acera, entrando por la autovía, es que permite ver de una tacada todo un biombo de paisajes y calles, de barrios y de gentes. Un Madrid descoyuntado en heterogéneos madrides, cerrados a veces como pueblos, y a la vez un Madrid simultáneo: La ciudad se expande y al tiempo se concentra, y el recorrido de dos horas da para ver y vivir y recordar muchas vidas (todas las que hemos vivido en los barrios correspondientes).
Esto del Madrid simultáneo lo dice Francisco Umbral (tomándolo de Valle Inclán) en Trilogía de Madrid, que ahora releo. Qué bien escribe/escribía Umbral. Y mejor todavía habría escrito, si en vez de enredarse en el estilo, hubiera profundizado un poco más en su recherche personal y propia.
Las dos horas en bici me han dado para mucho. Iba cruzando por pasos subterráneos la carretera de Extremadura, y el ver por encima los coches a toda hostia me curaba de mayores nostalgias, conformándome bastante con mi propio viaje estático. Plaza de Carmona, con aromas de aceite de oliva. Los cuarteles abandonados de Campamento, chalecitos militares y silenciosos, paredones blancos, la calle de Gordolobo… En Carabanchel, un gran espacio vacío en el sitio donde estaba la cárcel, como si la hubieran abducido los extraterrestres. A un lado asoma, como desenterrada, la pequeña ermita visigótica.
En un trozo de acera a un lado de la carretera de Extremadura –trozo de acera por donde no se va a ninguna parte, pues termina en unas escaleras, que mueren en patios interiores- me encuentro por sorpresa un dvd: El golfo, con Raphael. Dvd que ha debido de arrojar algún pirado desde un coche, como un guiño de la cultura pop a la mañana esplendente.
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