Una taberna del centro de Madrid, años cincuenta. Pintado en la pared, eternizado sobre un campo de olivos, un caballo blanco bebe agua fresca en el pilón de una fuente.
-Y pensar que ese caballo seguirá bebiendo cuando todos nos hayamos muerto- dice Ignacio Aldecoa a sus amigos.
La mejor novela de Aldecoa es “Con el viento solano” (Alfaguara), la novela de madurez de un escritor de veintiocho años que va a morir con poco más de cuarenta. Una novela itinerante, novela de la huida, en la que el protagonista, el gitano Sebastián Vázquez ,recorre Castilla, desde los Montes de Toledo hasta la Alcarria, tras haber dado muerte a un guardia civil. Atraviesa por un Madrid con pajaritas de papel en los balcones, una ciudad todavía sin rascacielos donde los represaliados del franquismo lían cigarrillos en la sombra de las pensiones… Y vuelve al campo. Mucho verano y mucho campo en esta novela de exteriores, que se desarrolla en una semana de julio, arrancando las hojas del calendario: Lunes, Santa María Magdalena. Martes, San Apolinar… hasta llegar a un Sábado fatídico en que el fugitivo se entrega a los tricornios.
El final es muy fatalista, muy Aldecoa también. No pierde la novela por adelantarlo. De niños, cuando nos mandaban en el colegio leer los cuentos de Aldecoa, nos desconcertábamos con aquella narración sin argumento, con personajes extraños y pintorescos, a los que siempre parecía que iba a pasarles algo pero luego nunca les pasaba nada, como en la vida misma. Hay siempre en Aldecoa una sensación de inminencia, la espera de algo que va a acontecer. Un niño viendo caer la lluvia un domingo en Vitoria. El boxeador Young Sánchez subiendo la calle de Atocha, momentos antes de que estalle la tormenta. Un soldado que pasa la noche en una estación, aguardando un tren que no llega. Ahí se congela la imagen y el cuento se termina.
Aldecoa en su estatismo es discípulo de Azorín y en su nostalgia discípulo de Baroja. La literatura era para él, dijo, asunto de memoria y de nostalgia. Pero también tuvo la mirada limpia y fresca para contar el mundo que le rodeaba. La pena que no haya un Aldecoa de ahora mismo.
La soledad y la solidaridad son dos motivos recurrentes en toda la obra de Aldecoa, como dos caras de una misma moneda.
La soledad de Sebastián Vázquez entre las gentes que encuentra en su camino y parecen adivinar y absolver su crimen. La soledad del narrador de su última novela, un narrador en primera persona que apenas desvela nada de sí mismo, pero intuimos podría ser el propio Aldecoa. Un escritor que se ha retirado a un pequeño islote de las Canarias para ajustar cuentas consigo mismo, antes de intentar un salto hacia delante. La novela se titula “Parte de una historia”. La otra parte no la sabemos.
Una taberna de Madrid, plaza de Chueca. Aldecoa iba allí con sus amigos escritores, porque en las tardes de vinos es cuando surgen las mejores frases y los temas mejores. Cincuenta años después, sigue el caballo blanco bebiendo de la misma fuente.
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