Algo me ha gustado siempre de esta calle larga, orientada al norte, pero con todas las luces del oeste –vistas de la sierra- sobre sus tejados. Bravo Murillo, antigua carretera de Francia…
Quizá por ser salida natural de la ciudad hacia el norte. Hacia Bilbao, atravesando la sierra y toda Castilla…
Salida y entrada pueblerina de la ciudad. Hasta hace no demasiados años era la entrada natural a la capital, como la calle mayor de un pueblo “con mucho comercio”.
Recuerdos del cine Condado y otras salas inefables de programa doble. Con quince o dieciséis, recorriendo la calle un domingo, intentando inútilmente entrar en los cines. Todas las películas “para mayores de 18”.
(Claro que había trampa: entre semana dejaban pasar, para completar el aforo, o porque no había inspectores, o yo qué sé).
Era en 1981 y la calle, despersonalizada e interminable, emigrado uno a Madrid desde una ciudad mucho más pequeña, me parecía como de una gran metrópoli sudamericana. Una intuición, ya que en guetto latino se convertiría pasado un tiempo… (Pero mejor me callo, para no dar argumentos a los fascistas).
El carnaval de Tetuán. Bravo Murillo, sin tráfico, volvía a parecer de pueblo. Al ritmo machacón de tambores y trompetas desfilaban dos grandes cabezones con la inscripción TETU –abreviativo con que los macarrillas tradicionales designaban a su barrio: “Ese colega, ¿tú también eres de Tetu?”
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