Es el centenario del nacimiento de Faulkner
y, entre el aluvión de críticas y de recensiones, hay alguno que dice que
Faulkner quiso alejarse de la vorágine de su tiempo encerrándose en el ghetto
de Yoknapatawpha y sin ver las transformaciones que propiciaba el mundo a su
alrededor.
Está claro que Faulkner habría sido otro tipo
completamente distinto de escritor de haber nacido en Nueva York y no en un
pequeño rincón de Mississipi. A él no le hizo falta seguir el consejo de
Balzac, que aconsejaba a los escritores irse a vivir a un pueblo donde, no sólo
la observación de los tipos tiene que ser más directa y definida, sino que hay
un reparto de roles claro y establecido: el adúltero, el criminal, el tonto del
pueblo…
Faulkner pinta un mundo casi medieval, a
Yoknapatawpha aún no ha llegado el capitalismo y su afán igualitario, su
numeración siniestra de los hombres como engranajes de una misma máquina. En el
viejo Sur cada uno vive una vida distinta y sueña sus sueños propios.
Sus personajes están tan habituados, son tan
consustanciales a su entorno que el salir de él –aunque sea un pequeño viaje a
la capital del condado- les saca de sí mismos, les obliga a cuestionarse.
Bayard Sartoris, una melancólica tarde de
navidad, atravesando a caballo los campos, hacia la casa de sus antiguos
sirvientes negros. Bayard trata de huir de su familia, de su mundo, y pasa la
noche con los negros que le reciben muy amablemente pero donde tampoco
encuentra su lugar.
Vemos a Bayard a lomos de su caballo,
suspenso en medio del paisaje, como una triste interrogación que no encuentra
respuesta.
Vemos a Mink Snopes, después de cuarenta años
pasados en la prisión de Parchman volviendo a casa, aturdido por el tráfico de
la carretera que él recordaba como un camino de mulos. El viejo Snopes no puede
adaptarse a un mundo que ha cambiado y trata de que ese mundo se adapte a sus
costumbres. La capital de la provincia a la que vuelve se ha convertido en una
inmensa metrópoli, pero al final consigue encontrar lo que busca: la armería
que perdura desde su juventud, un simbólico recinto del pasado, donde encuentra
el arma que le servirá para consumar su venganza.
Faulkner, pese a la modernidad rampante, se
ha convertido ya en un clásico. Su técnica la aprendió de Joyce y de Proust,
pero su mundo narrativo está más cerca de Dickens y de “Los miserables”.
Hoy qué novelista podría levantar un mundo como el
de Faulkner. Mundo inmovilizado, donde cada cambio se vive como una dolorosa
ruptura.(...)
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