Una tarde, años después, veranos después, estaba leyendo un libro debajo de un árbol, cuando, a mis espaldas:
-Hola, hola…¿qué libro lees?
Creo que le mostré la portada
-Hombre, Marcel Proust, A la recherche de temps
perdú…Joé, y ya vas por el tomo 5. Eres una máquina…No, yo no lo he leído, lo
empecé, pero…La que lo ha leído entero es una hermana mía que es psicóloga. Yo
antes sí leía esas cosas, ahora para que lea algo tiene que ser cosas muy
rápidas, muy entretenidas…
Y el hombre casi solo, con un gesto de escepticismo
y de estar de vuelta de todo, pasaba como al vuelo las hojas de un libro
imaginario. Ojeras azules, mostachos caídos, y la barriga emergiendo. Ahora
mismo no recuerdo si llevaba perro o si iba totalmente solo.
-Incluso escribí un libro: “El hombre casi solo”,
sí, una novela filosófica, que trataba
de la alienación y esas cosas… Oye, ¿tú tienes novia? Yo ahora mismo no, tenía una, que la
conocí en las fiestas de Tetuán, en el concierto de Ramoncín. Nos metimos por
aquí abajo –y señalaba unos caminos de la Dehesa de la Villa- y echamos dos
polvos… Luego, como estaba siempre sin un duro, la tía pasó de mí, ja, ja.
Bueno, me voy a ir… Oye, te voy a dar mi teléfono, porque veo que eres un tío
interesante, que lees a Proust y tal, a ver si quedamos un día por Malasaña.
Obviamente yo no le di ningún teléfono, o a lo mejor
uno falso. Creo que, años más tarde, un tipo que vi derivando por la calle,
podría haber sido el hombre casi solo, pues me miró con mansa mirada de
reconocimiento, pasando de largo, sus ojos de agua estancada… Estaba igual
casi, pero había perdido mucho pelo, como un huevo duro al que le hubieran
pintado un bigote.
Evidement, el pájaro te quería poner una varita...
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