Estimado William Faulkner:
Le escribo interesado en conocer
el acceso preciso al condado de Yoknapathawpha…
El caso es que estuve en Memphis
y vi cosas muy parecidas, pero no era lo mismo, y
los lugareños torcían el gesto y me daban indicaciones vagas, imprecisas,
socarronas…
Ahora que recuerdo creo haberlo
visitado, Yoknapathawpa, o como se diga, en sueños. O no exactamente, fue después de
despertarme de una siesta: un crepúsculo interminable, el calor emanando de la
tierra, al otro lado de la ventana el canto de un pájaro, en
un lugar impreciso, ilocalizable, pero que me iba conduciendo hacia allí.
La plaza de Jefferson, el reloj del
juzgado, la cárcel…
En una oficina dos viejos
inmóviles como estatuas, como muñecos de cera, y sin embargo el
aroma de un cigarro puro, el cigarro consumiéndose aún cuando yo entro. Y
salgo, y tengo la impresión de que tras mi marcha se pondrán de nuevo los dos
viejos en movimiento como si les hubieran dado cuerda…
Las calles laterales están
vacías, música de pianos… atrás dejo el pueblo, cabañas de negros, un grupo de
ellos atizándole al whisky bajo una higuera…
Creo haber visto una figura solitaria a caballo pero que se desdibuja y se pierde en el horizonte
Está anocheciendo, las nubes
sangrientas...
Ahora vuelve a
cantar el pájaro, como afónico, como a pitidos, conduciéndome –los árboles
recortados contra el crepúsculo, un olor a limo, la tierra más fría- hacia los
pantanos y hacia las ciénagas…
Entonces me acojono y desando el camino, a ver si va a ser un viaje astral y yo también me quedo en Yoknapathawpa para siempre.
Entonces me acojono y desando el camino, a ver si va a ser un viaje astral y yo también me quedo en Yoknapathawpa para siempre.
Por cierto, aquí en España
tenemos un escritor que dice que le mandó una carta y un libro pero que usted
no le contestó nunca. Hizo bien, porque es un plomo y un petardo. Se llama Juan
Benet, y si le ve usted por el cielo de los escritores, le reconoce seguro. Se
parece mucho a usted en lo físico -el flequillo, las canas, un bigotillo…- pero
en lo de escribir, como un huevo a una castaña. Dele usted una toñeja de mi
parte.
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