“Casas
dentro de otras casas, y patios dentro de otros patios”, como dijo Gómez de la
Serna en su viaje alucinante por el Madrid más realista. En el caso de la foto,
el acceso a tan extraño paraje vedado por un portero de los de toda la vida. “¿Pero a dónde van ustedes? Que no se pué
pasar…” Y ahora me acuerdo también de
aquel piso del Alto de Extremadura, situado en la intersección entre las dos
vías más ruidosas de la city, piso que visité por cortesía de una inmobiliaria
y en el cual sus moradores–una familia del Pirineo navarro, portando en las
fotos sepia que adornaban la casa txapelas y cuernos de caza, en imposible
nostalgia hacia su bucólico lugar de origen- habían construido, a fin de
engañar al ruido continuo e invasor de la carretera, habitaciones dentro de las habitaciones, un
pasillo que giraba sobre sí mismo, al estilo del caracol que se repliega en su
concha, hacia fondos cada vez más sombríos y fantasmales pero también
silenciosos y pacíficos.
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