Estos son unos pájaros de mucho
plumaje, me dije al ver emerger, en la noche creciente, a los Rolling Stones.
Había llegado a última hora, cansado, desalentado, indeciso, sin entrada, pero
oyendo, a través de los años, escuchando imantado una musiquilla interior que
me condujo a la estación del metro –menos mal que no hay que hacer transbordo-,
a la hora exacta (que diría Muñoz Molina) de conseguir una entrada, a su precio
exacto, a unos chavales muy majos de Santutxu (que me invitarían a unas
cervezas), todo ello mayormente a la gloria económica de los Rolling Stones,
cinco minutos antes de que salieran al escenario… Pañuelos de colores, hippies
multimillonarios, pero con conciencia de Rolling Stones, de ser los Rolling
Stones (no siempre pasa), creyéndose los Rolling Stones, quizá porque han visto
las orejas al lobo –Jagger sobre todo- y saben que esto es lo que hay, ¿si no
hacemos esto qué hacemos?, transmutando incluso lo que hicieron fuera de onda
–Angie, hard rock, disco music- transubstanciándolo en su propia esencia,
crecidos en las grandes pantallas, pequeños a lo lejos como lilliputs.
Demasiado estadio, demasiada gente, demasiados ipods, demasiados madridistas de
los cojones (la última/única vez que había estado aquí fue cuando el papamóvil
hará treinta años, con el colegio), estos Rolling son un grupo en realidad
subvalorado, pues prima en su valoración la fanfarria. Se tiraron los primeros
veinticinco años para grabar sus grandes discos y los veinticinco siguientes
para ejecutarlos –rentabilizarlos- en directo. Poco comerciales musicalmente,
lo suyo es torbellino y carrusel. Lo del Bernabeu fue lo mismo de siempre –un
concierto de greatest hits- pero con la maquinaria perfectamente engrasada. Time
is on his side.
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