sábado, 6 de octubre de 2018

PERRO PERDIDO

Subían tantos que parecía aquello un colegio, pero no lo era por ser domingo (sábado, digo, por no saber qué día vivo). No me apetecía hacer de public relations y me quedé en la caseta, tan ricamente, con unos cuadernitos de euskera. Pero les oía  hablar más abajo, y que al rato recogían como para irse. Se iban colocando encima de una roca para hacerse antes una foto de conjunto, y ya estaba preparado para que subieran a pedírmela y así salir todos. Subía una chica, con el móvil, pisando las escaleras metálicas y yo ya me estaba levantando. ¿Qué, una foto o qué? Salí afuera y vi que eran ciento y la madre. Veinte o treinta por lo menos, tres parejas de adultos/jóvenes (¿o cuatro?) y el resto eran niños y adolescentes. Encuadrando desde lo alto de las escaleras cabían todos de milagro. Patata, patata.  Después se disgregaron pero alguien faltaba. No se puede ir por ahí tanta gente. Llamaban ¡Neko! ¡Neko!. Uno se había perdido, no respondía, y yo miré con aprensión hacia la peña, donde tras un pequeño tobogán deslizante se abre el vacío. ¿Dónde se ha metido?, me preguntó uno recorriendo a distancia el borde de la roca... -Pero, quién es. -Un perro...
Me lo imaginaba, aunque lo de Neko o Eneko no me sonaba bien del todo. -Por ahí a ninguna parte... Mira por ahí detrás, da la vuelta detrás de esas rocas. Unas niñas se plantaron en la peña como para asomarse. -eh, fuera de ahí, que ahí empieza una caída... Un perro pequeño, un beagle, dicen (no entiendo de marcas) con manchas negras y marrones. Empiezan todos a pegar gritos de Neko, Neko, Nekooo. Van cogiendo el camino en cuesta y le buscan entre los bosques. Se quedan: el dueño, el que me ha preguntado, y la mujer, llorando ésta, me cuentan que es un perrillo de ciudad, de año y medio. Se ha podido ir por ahí, les digo, se habrá despistado, esto es todo muy parecido, y una adolescente, ¿la hija?, que me parece más valiente o más realista: Yo creo que se ha caído, he visto bajar volando unos pájaros, me dice con ojos negrísimos.
Eso ha sido al mediodía. Toda la tarde se han pasado buscándole, oía sus gritos por los pinares... ¡Nekooo, toma jamón! Contestaban, desde el valle, ladrando, los perros de las eras, pero el suyo no... Han vuelto a venir al atardecer, ya con fatalismo. Si se habría caído, les digo, a las horas tenían que aparecer los buitres, pero tampoco... Han intentado llegar al fondo de la peña, me cuentan, entrando por unas viñas junto a la carretera, pero no es fácil llegar al barranco, los árboles nacen en la roca y ésta luego -me fijo bien desde abajo al coger la carretera ya anocheciendo- asciende (o desciende) cortada como a cuchillo. Un lanchón vertical como la aleta de un tiburón. Si se ha despistado, ha perdido pie, se ha caído, no le ha dado tiempo ni a decir ni guau.
Me ha puesto mal cuerpo lo del puto perro.

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