Dylan llegó a Vallecas hace veintisiete años, por estas fechas. Recuerdo los calores, recuerdo que se acababa el COU y que nos iban a dar un palo en la selectividad. Rescato hoy la casette pirata con la grabación de Infidels (1984) que sigue sonando nítida y contundente, para que digan que la tecnología avanza. En la carátula, recortada la portada del disco del boletín de Discoplay. Este post más que nostalgia es arqueología.
Dylan ya era malinterpretado. Apareció un artículo de Sabina en Diario 16, reivindicando al folk singer y haciendo de menos a su “trilogía religiosa”. Pero Bob seguía escabulléndose. Después de Infidels, los videoclips de Empire Burlesque mostraban a un Dylan disfrazado de celador de hospital que se enfrentaba a la mafia china para salvar su amor. Más cercano sin duda a Andrés Pajares que a Woody Guthrie.
Y en Vallecas…mucho calor, muchos porros, Santana como telonero dando la matraca durante más de dos horas. Salió Dylan ante un auditorio amuermado de camisas arrugadas. Todavía no entendíamos la versatilidad de nuestro héroe. No tocó nada de Street legal, de Desire… A punto de dormirnos, oímos los compases de Blowing in the wind, en una versión verbenera interpretada junto a Mick Taylor y Santana.
Después Dylan abandonó el escenario. Se puso en la cabeza una toalla como las señoras que salen de la ducha. Estábamos en el vértice de las gradas, sobre los camerinos, y pasó por debajo, a pocos metros de nosotros. Incluso podíamos haberle echado un gapo. “Eh, eh, Bob”. Puso una cara, más que de indiferencia, de mosqueo con la muchedumbre (nosotros, eramos tres o cuatro) que reclamaba su atención.
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