A veces Scorsese resulta ser
Scorpse-pse, o incluso Scortse –tse (como la mosca cojonera) o, lo que es peor,
Scorsoso.
Este imaginativo juego de
palabras he de decir que no me pertenece, sino que fue obra del crítico de ABC Oti
Rdez Marchante, a raíz del estreno de CASINO –una película que por cierto va
ganando puntos, frente a su pareja UNO DE LOS NUESTROS, que se desinfla a cada
proyección… A saber, la irritante voz en off, los spaghettis, los travelling interminables
cual si el espectador avanzara por interminable pasillo.
Parecía que Scorsese iba a
completar la trilogía de mafiosos con INFILTRADOS, pero aquella era otra
historia (de agentes dobles). Esta de EL LOBO DE WALL STREET sí que tiene la
misma estructura típica y operística del gran Martin, con la cámara
sobrevolando cientos y cientos de planos para construir cada secuencia (mucho
curro, ¿no?) a modo de music hall o de tebeo o de libro ilustrado o de retablo
de iglesia.
Aquí no hay gansters sino
brokers, no hay sangre sino sexo (dos contenidos quizá identificados en el
imaginario de este italo-católico del Bronx), pero sí la misma historia de
ascensión y caída, amistad traicionada, amor divorciado, droga mucha droga. Y risa,
como que parece ser una comedia.
De Caprio –el nuevo actor
fetiche- ha superado a De Niro y a Nicholson, y lo mismo funciona como normal y
contenido que como risión y payasete. Grandes las escenas cuando en un ataque
pastillero, apopléjico y paralizado, ha de arrastrarse a coscorrones escaleras
abajo.
Scorjaja. Scorsísí. Genial direstor del que habría que recuperar sus films más olvidados: El rey de la comedia, Malas calles, El color del dinero, Nueva York Nueva York.
A ver si un día de estos…