Ahora Umbral pega con fuerza. Era de cajón que volviera la gran máquina de parir artículos (y libros). Veo los congresos, las reediciones, los homenajes que le dedican los dos principales periódicos -enfrentados aparentemente en "ideología", aunque cada vez más semejantes - que publicaban sus columnas y me hace gracia, y me da también coraje, esta reivindicación post mortem por parte de los que...
Luego empezaron a hacerme luz de gas y a decirme que la columna -y yo- estábamos acabados. El País montó una gran exposición retrospectiva en el Palacio de Cristal del Retiro para contar su historia por dentro y por fuera, y allí no aparecía yo ni mi columna por ninguna parte. Era un depurado. Los campeones de la democracia me estaban depurando sordamente. Me estaban aniquilando profesionalmente pues yo mismo llegué a pensar (y gran parte del público) que era un escritor acabado. (Francisco Umbral, La década roja, 1993)
(A pesar de todo yo siempre creí en el gran Paco. Y para probarlo, en esta general recuperación, voy a recuperar también este artículo que publiqué un año después de su muerte
Travesía de FU
Un año después de su muerte, el famoso escritor parece
relegado al olvido.
“Cuando
me muera me harán una semana del duro, pero he sido de primera y si te
descuidas de primera A...” . Esto le había dicho, a un Umbral bisoño, César
González Ruano en los cafés literarios de los primeros 60 (vs. Travesía de
Madrid). Podría haber escarmentado en cabeza ajena, pero durante mucho
tiempo daba la impresión de que FU iba a ser inmortal, a fuerza de
multiplicarse a diario en periódicos y revistas, con esa sensación de
inmortalidad que dan las cosas que se repiten día a día, la costumbre.
Fue
después, los años últimos, un muerto en vida, con aliento insuflado por los negros
literarios, y por eso a nadie sorprendió su muerte.
Y
sin embargo... qué cutres han sido con Umbral los periódicos, despachándolo en
cuatro líneas como a una reliquia de la transición, qué mezquinos con un tipo
que por lo menos les había llenado, prácticamente a todos ellos, páginas y más
páginas. Y qué mal le pagaron los literatos, cuando él había escrito de todos,
aunque fuera para ponerles a parir... Apenas en su entierro cuatro plumillas de
los que se apuntan a un bombardeo, y una amplia representación de la España más
rancia y más manguta, los mismos que le habían dado el premio Cervantes
y hacia los que FU mantenía una lealtad mal entendida. No le habían regalado
nada. Además ¿qué mayor premio que mantenerse escribiendo, publicando todos los
días, durante cuarenta años largos?
Umbral
venía de esa épica lejana de los cafés y de los futbolines. Pensiones con olor
a cocido, televisión en blanco y negro, y horizontes naranjas,
existencialistas, donde la ciudad se mezcla con el campo. Fue hasta el final,
como escritor y como persona, un desclasado que, por eso mismo, sólo quería ser
escritor. Un revistero que escribe en Interviú y El Jueves y
publica a la vez sus libros en las cuidadas ediciones de Destino. Un
prosista demasiado pegado al periodismo como para sobrevivir. Un escritor
frívolo al que la muerte de su hijo le dio profundidad.
Cronología.
El
final de FU, tan poco ejemplar, ejemplariza mejor que otro la epopeya del niño
balzaquiano, que retorna desde las vaquerías de Castilla para triunfar en la
gran ciudad que alumbró su nacimiento expósito (había nacido FU en la inclusa
de Lavapies).
Umbral
cuenta estas cosas, las oculta y a la vez las hace entrever. Como escritor fue
introspectivo e introvertido, y también compulsivo, convulsivo, autor de cien
libros para contarse a sí mismo y a la vez esconderse. Como un Baroja sin
argumento. “Toda su obra es un inmenso monumento al ego”, dijo con malicia Juan
Marsé.
En
Destino, años 70, está el mejor Umbral, que hace su escritura del yo con
un enfoque distinto en cada libro: memorialístico (Retrato de un joven
malvado), diarístico (Mortal y rosa), narrativo (Las
ninfas), sociológico (Memorias de un niño de derechas).
Es
entonces en la prensa ese Umbral cronista de una movida madrileña de la cual,
con mal oído para todo lo que no sea la prosa, no entiende prácticamente
nada... Pero también el autor de La noche que llegué al café Gijón: una
épica de la supervivencia y la literatura como papel de estraza, una guía para
leer la literatura española del siglo XX -batiburrillo de influencias del que
sale depurado el estilo sencillo, fácil, rápido y eficaz de FU. Un estilo que
comunica y hace al lector participar de la vibración del que lo escribe; una
prosa que prende no se sabe cómo y a veces arde tan rápido que va por delante
de lo que cuenta...
Después
siguió explotando su fórmula hasta darla de sí y pasarse de rosca,
revolviéndose como un motor en el vacío y deshaciendo su escritura en el
barroquismo… En los ochenta inventa la
famosa barra/Umbral y en los noventa incorpora las siglas (FU es un
acróstico que le va bien, como un gato grande y serio).
Travesía
de Madrid, travesía del desierto: el estilo intraducible de Francisco Umbral,
su mejor baza, terminó confinándole, por mor de unos cuantos que le tenían
ganas, en esa imagen de escritor garbancero y casticista que tanto había
deplorado.
En
el mítico La noche que llegué al café Gijón asume FU su vocación de
escritor como un destino doloroso, casi impuesto, como algo que necesariamente
tiene que cumplir...
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