Un
joven periodista de EEUU que prepara un libro sobre los Panero (¿¡los Panero a
Hollywood !??) contacta conmigo para preguntarme sobre Michi.
Más
o menos tiene la misma edad que yo tenía cuando me desplazaba a Sears, treinta
y pocos. Impresión de nostalgia, pero también de que sigue incesante la rueda
de las generaciones literarias (y yo dentro de ella, aunque sea como
reliquia).
Era
por esta misma época del año, un junio caluroso –aunque no tanto como éste- de
hace dieciocho años… La entrada en aquel hospital para deshauciados, la subida
a una habitación en la que pegaba fuertemente el sol, donde me esperaba un
Michi Panero invariablemente inactivo, sentado en una butaquita pequeña, con
los brazos colgando y las piernas extendidas a lo largo, y que al verme llegar
me saludaba con su voz cavernosa: Hola
hola… Asís.
Luego
las grabaciones en el pinar ajardinado, el zumbido de los coches por la
carretera de Colmenar, los rascacielos en el horizonte… A Michi le gustaba
hablar, le gustaba escucharse, era muy irónico y quizá con ello conseguía
levantar un yo al que el dolor no llegara tan fácilmente. (A instancias del
investigador, que me pregunta por una hipotética huella panérica, creo que
Michi era, lo mismo que sus hermanos, “un modelo a no seguir”).
No
he vuelto a pisar aquel jardín, aunque muchas veces –ayer mismo- pase por
delante en coche, la fachada gótica ahora pintada de rosa. Los últimos años han
instalado en la azotea un puesto de vigilancia de incendios y los compañeros
que lo cubren suelen pedir frecuentemente la baja antes de terminar la campaña
–ruidos, humos y olores de un extractor, malas vibraciones.
http://www.bilbao.net/bld/bitstream/handle/123456789/1822/pergola12.pdf?sequence=1.
http://www.bilbao.net/bld/bitstream/handle/123456789/1822/pergola12.pdf?sequence=1.
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