Estoy, en una noche de fin de verano repleta de hipsters, estoy esperando en la cola de la filmoteca cuando una figura de negro se despega de la muchedumbre y se acerca, viene muy directa desde el frente, pero no sé si hacia mí o hacia la cola del cine. Pero, cuando ya pienso que va a llegar a mi lado, si lo que quiere es saludarme, o a instalarse si no en la cola, se detiene a unos metros de distancia, se queda plantada en un terreno neutral, me mira cejijunta desde muy lejos y desde al lado mismo, a la entrada del callejón. Hacía muchos años que no la veía y sí que la he notado como más hecha, más currada, (algo he seguido su evolución por los medios: una víctima del sistema literario, pero tal vez sobre todo de sí misma -más o menos como todos, aunque cada cual a su escala). Unos segundos de incertidumbre en que valoro si ir yo hacia ella(perdiendo así mi puesto en la cola), si levantar el brazo para saludarle, si luego presentarla a Laura que espera a unos metros a la puerta del cine, qué se me ocurriría preguntarle-todo ese carrusel gira vertiginoso en mi cabeza, retenido mi cuerpo por mi proverbial timidez e incertidumbres, en apenas un par de segundos, una larga mirada mutua de reconocimiento, el tiempo suficiente para que Letxe se dé la vuelta y desaparezca.
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