Hay
dos escuelas de Vallecas: la primera, de antes de la guerra, fundada por
Alberto Sánchez, y la de después montada por su seguidor Benjamín Palencia.
Hacia 1927 estos dos artistas jóvenes, hartos de la ciudad, se reúnen donde ésta termina y siguen andando las vías del tren.
Atocha por Buti
Van andando hasta Vallecas desde el museo del
Prado o Atocha y enseguida salen al campo, entonces era así. De día bajo el sol
ardiente, o por la noche a la luz de la luna. La luz tras la tormenta dibuja en
las peñas rostros como del Greco.
Alberto es un visionario que busca para sus obras (pintura y escultura) la fuerza telúrica de la naturaleza, las formas elementales y a la vez misteriosas.
Alberto de mayor |
Palencia dibuja sus perdices sobre un fondo de piedras y cardos.
Una
liebre que aparece y desaparece corriendo o el aleteo de un pájaro en la noche
les sacan de la inmovilidad del campo. En el mediodía de verano buscan la
sombra de algún muro. Con la luna llena contemplan brillar las minas de yeso.
Suben
al cerro de Almodóvar que bautizan como cerro Testigo, pues desde él se percibe
la redondez de la tierra. Y ahí en todo lo alto lanzan su famoso grito de
guerra: Vivan los campos libres de España
Buscan,
para crear, compenetrarse con las cosas, sentir su ser íntimo. Al entrar en el
campo dejarse llevar por el inconsciente.
Maruja Mallo |
Alberto
y Palencia arrastran esporádicamente al cerro a Lorca, Alberti, Hernández, Maruja
Mallo, etc. Artistas urbanos que se dejan caer, pero vuelven enseguida a las
calles (Alberto y Palencia aguantan más porque los dos vienen del campo). La escuela es "una experiencia mística" y mucha gente no está por la labor.
Pintan el vértice geodésico del cerro. Colocan sus esculturas que el viento destruyó, como el Monumento a los Pájaros, que Alberto, ya en Rusia, reconstruirá en bronce, con sus huecos para que se refugien las aves pequeñas evitando a los depredadores
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