La
he visto finalmente, cuarenta años después de su estreno en España, tras el larguísimo
postfranquismo de “el 78”, más largo aún que el original… Y no lo sé, no me ha
parecido gran cosa, quizá mejor haberla dejado en el territorio de las
referencias míticas de la infancia, aquel cartel sepia colgado en las paredes
de la Alhóndiga –almacén de vinos- de Bilbao, Marlon Brando y María Schneider
(qu.e.p.d.-n) entrelazados como en una bañera, follando en relajante
conversación de lenguaje “no verbal”, recién pasado mayo del 68.
Este
Marlon Brando maduro y acabado, envejecido, existencial y depravado, tenía un
año menos que yo ahora cuando hizo la película lo cual me da que pensar, o que
lamentar…
De
todas maneras para eso, lo de la mantequilla por el culo, prefiero a Brando haciendo de vaquero. La manía de los
intelectuales italianos de fichar a estrellas de Hollywood, actores de acción.
Fellini con Donald Sutherland, Antonioni con Richard Harris. Sólo se salva el
Burt Lancaster de Visconti que lo borda en El gatopardo y Confidencias…
El
último tango –que de los cines de Biarritz pasó al cine Carretas- ha quedado
como una cosa testimonial. Una película existencial, sin argumento ((el único
mínimo argumento es el del novio engañado, director de cine encarnado por Jean
Pierre Leaud)), por lo cual no se entiende el desenlace dramático y además
moralista, cuando María Schneider coge la pistola y… Bueno, no quiero incurrir
en spoilers, pero el final de esta historia de amor fou, aparentemente
liberadora, maldita, romántica, es como
para decir:
“Claro, ya lo decía yo… Si es que se tenía que pasar… Ya se veía venir, etc, etc”.
“Claro, ya lo decía yo… Si es que se tenía que pasar… Ya se veía venir, etc, etc”.
Jean Pierre Leaud |
Luego está la fotografía realista de Vittorio Storaro, la gris luz del invierno en las calles de la ciudad, la luz y el zumbido de las mañanas en que faltábamos al colegio para acabar huyendo de esa luz en el interior de un cine (en el que proyectaran por ejemplo El último tango).
El
último tango tuvo que calar en el cine español. El malditismo, el cine dentro
del cine, esa finca en las afueras de París como contrapunto de la ciudad. Casa
de campo bucólica y siniestra, como la de El desencanto, Arrebato, El sueño del
mono loco, las pelis de Aranda y hasta las de Paul Naschy.
Walpurgis/Navacerrada |
El último tango se
deja ver, es sórdida pero menos aburrida de lo que parece, aunque cuando va
cogiendo ritmo y densidad Bertolucci mete alguna escena ridícula, como la del
café donde se baila el tango y donde Brando y la Schneider se emborrachan y montan
el pollo (en cualquier local de Madrid les habrían sacado a hostias, pero FR
debía de ser muy liberal, apres mai 68).
La reviso a menudo en DVD y me sigue pareciendo la obra maestra que me resultó en el cine club de la universidad de Deusto (cine club El Dorado, que llevaba Alex de la Iglesia). A la salida un cura hizo fotos a los espectadores y se clausuró el ciclo Bertolucci. Hubo follón y el tema saltó a la prensa nacional. Para mí la película conserva toda su mala uva existencial y un lúdico gamberrismo muy de agradecer en tiempos tan sosos y monocordes como los que nos han tocado vivir. Lo único que no me gusta de El último Tango es la parte de Jean Pierre Leaud, insufrible y que debía haberse suprimido en el montaje. Pero Marlon y Maria geniales ambos, quizá más ella, gritándole al cabrón de Marlon en ese cuarto de baño envidiable: ¡¡¡Eres tú!!!, ¡¡¡qué eres tú!!! En fin una película inolvidable que Bertolucci nunca logro igualar.
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