A ratos voy leyendo este libro, que tiene algo de correspondencia comercial, o empresarial: las cartas entre Delibes, director de El Norte de Castilla, y Umbral –entonces colaborador y chico para todo del periódico en Madrid. Umbral hace de machaca del escritor humanista y cristiano, que le paga, justo es reconocerlo, publicitando a tope su obra incipiente.
Tampoco Delibes, desde la provincia, deja de velar por su prestigio… Hacen entre los dos, a distancia, política y estrategia. La literatura queda en sus cartas muy en segundo plano. Así que todo vale: menos el título, muy de Hollywood... Además, que estos dos “gigantes” no pueden ser más distintos.
Umbral vive en escritor, “sublime sin interrupción” en la línea de Baudelaire o Valle Inclán. Escribir aunque no haya nada que decir, pues la escritura genera sus contenidos, sus temas. Cuando murió, ya Umbral estaba a punto de ser olvidado. Hoy ha sido recuperado como un personaje, escritor de escritores. Pero de Umbral ya he hablado más veces en este blog.
Delibes, por contra, tiene poca pinta de escritor. Parece que lo fue un poco de churro, por aquel premio que le dieron. Al contrario de FU, es un autor con mensaje. No parece siquiera interesarle mucho la literatura (¿cuáles son los modelos, las influencias de Mdel?) sino que el lenguaje le vale como soporte de lo que quiera decir –la soledad, la despoblación*, etc– aunque sea el lenguaje, coloquialmente reproducido, de la Castilla rural, más que con alma de filólogo (tipo Azorín) con oído de periodista. Pq mdel va de cazador, de pueblerino, pero es un tío de la ciudad, un periodista de Valladolid, que se da sus garbeos por el campo
He leído, en estos días torreros (castellanos a la fuerza), cosas que no había leído nunca de Mdel. La hoja roja, la historia entre el jubilata y su criada, es tan buena y tan sentida como puedan serlo muchos cuentos de Chejov. En Las guerras de nuestros antepasados (que ya había leído en un verano de la adolescencia) están los pueblos medio abandonados, la naturaleza estallando alrededor, los jóvenes que se van o vuelven –y luego ya las preocupaciones típicas de Mdel: la violencia, la convivencia, etc (El protagonista es uno que está loco o que se lo hace, pero tampoco voy a contarlo todo…)
Así que estas cartas y estas biografías para lo que valen es para cargarse mitos y prestigios, para desgastar un tanto a dos escritores que “han quedado”, que se siguen leyendo, si es que hoy alguien sigue leyendo nada.
(*Castilla norte, años 40-70, con el fantasma de la emigración, mayormente a Bilbao)
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