Por
esa zona, junto a Oporto –glorieta Valle del Oro, creo que es ese su nombre
exacto- había muchas bodegas, las mismas
que fueron desapareciendo de tantos barrios de Madrid. Aún resisten allí sin
embargo, tal vez por ser Carabanchel barrio de barrios y permanecer algunas
zonas recoletas.
Salen
a beber a la calle, los botellines de un caldera traslúcido, recuerdan en la
luz de la tarde piezas de alfarería (reliquias que subsisten en una sociedad
que todo lo va cambiando). Son morenos y delgados, con barba de días –todavía a
algunos los conocí como niños-, a ellos se suman los descendientes de
sudamericanos. Visten vaqueros y playeras y camisetas sin cuello de manga corta
–el uniforme de los barrios desde hace décadas-. Alguno, no menos
carabanchelero, una zamarra con llamas y cordones y motivos peruanos, y una
gorra de lo mismo. Le miran y hablan los demás sin extrañeza, uno más, apenas
teniendo en cuenta ramalazos de exotismo. Ese barrio creo que era el límite
entre Carabanchel y Madrid.
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