Al
salir con la bicicleta, al marchar paralelo a la carretera de La Coruña, tenía
la sensación de partir hacia muy lejos, de abandonar la ciudad. En realidad
marchaba por la Senda Real, un camino que, siglos atrás, enlazaba la corte con
la sierra, y que muy recientemente había sido recuperado.
Algunos
tramos los cubrían frescos y umbríos chopos, y de no ser por el zumbido de los
coches a muy pocos metros, podría haberme hecho la ilusión de recorrer un
bucólico camino.
Pero
todo ello me preparaba para enfrentarme con el alejamiento en el
que se había recluido M –tan lejos en el espacio como en el tiempo de aquellas
noches de nuestra juventud recorriendo las calles y los antros del centro de la
ciudad. Cierta droga había hecho mella en el ánimo de M (en aquel entonces
apenas se hacían notar sus síntomas) conduciéndole progresivamente a la vida
retirada que había acabado por llevar. A ello le obligaba el tener
que ingerir fuertes medicamentos que
le sumían en un estado de postración y desembocaban en letargos que podían
durar varios días...
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