Por
fin estoy leyendo al famoso Knausgard, voy por la página 200 de Un hombre
enamorado –segundo tomo de su saga Mi lucha- y no sé aún qué opinar acerca de
esta especie de novela autobiográfica que arrasa en los baremos editoriales
Voy
cambiando mi valoración a intervalos, cada diez páginas más o menos. A ratos me
parece un experimento fascinante, la tan cacareada sinceridad del escritor
noruego. A ratos, trivialidades, chismorreos, un catálogo de pequeñas neurosis:
las dificultades de Knausgard con su pareja, con sus niños en la guardería, en
los columpios, en el centro comercial… De vez en cuando interrumpe el hilo de
estas nimiedades para hundirse en su vasto y profundo mundo filosófico.
Lo
de Knausgard es el reflejo, ciertamente huraño, de un mundo Ikea: Pero, aunque
al autor le repela Ikea, también tenemos nosotros deasiado Ikea en nuestras
vidas como para seiscientas páginas más de lo mismo. Knausgard lo sostiene
porque es un escritor ameno, entretenido, aunque no sé si de mucho calado. Entretenido
un poco en plan internet, un escritor muy de esta época: es como si flotaran,
intercambiables, todas las cosas que nos cuenta.
De
todos modos, hay que ser ególatra para escribir uno 3600 páginas (estas son las
dimensiones totales de Mi lucha) sobre sus
demonios interiores, y quedarse tan
ancho. (Bueno, vale, aquí en España también tenemos los diarios de Trapiello, que deben de andar ya por las diez mil.
Tanto Knaus como Trapi son narradores natos, exhaustivos –y lo digo en el buen sentido-, capaces de extenderse durante veinte páginas sobre veinte
minutos pasados en la peluquería o en la estación de autobuses).
Knausgard ha tenido el acierto de escribir su tocho al filo de los cuarenta años. Después de los cuarenta, nadie se toma tan en serio a sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario