Pla
viejo, Pla pellejo. Y sin embargo… todos los escritores de diarios que en el
mundo han sido, han querido ser Josep Pla. Ese decir las cosas a mala hostia,
poder quejarse de todo, y que encima te paguen por ello.
Reivindicar
al viejo payés frente a esa pretendida “épica de lo cotidiano” o “épica de los
pañales” de Trapiello o Knausgard -escritores que son sinceros sobre todo
cuando hablan de los demás (así cualquiera).
Frente
a ellos, ese Pla pudoroso que, casi a su pesar, acaba confesando sus
debilidades hace un poco el diario de un adolescente que se queja, estoy solo,
no tengo amigos. Que se emborracha y se va de putas.
Pla,
el rentista, escribiendo y leyendo en la masía de Llofriu con frío de bajo cero,
“pero un silencio casi medieval”, resulta bastante más heróico que el noruego
KOK (el de Mi lucha), escribiendo su primera novela en un despachito de
alquiler de la vecina Estocolmo. Mi lucha…
Seguiremos
informando sobre el viejo Pla, sobre Pla el viejo, sobre
Plas y sus póstumas novedades.
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