Debió
empezar una tarde aburrida de San Isidro y alguien que me llamó para ir a la
Puerta del Sol, que había una manifestación.
La
tarde era gris, con muchos huecos en la plaza y oportunidad para moverse. Yo
había ido por ir, pero fue divertido, con la peña desfogándose en plan sano y
consignas imaginativas: ¡Ito-ito-ito! ¡Botín hijo de puta!
A la
tarde siguiente, cuando salí de Euskal Etxea, ya era imposible atravesar la
plaza. Pero ya demasiadas fotos, selfies, cámaras, pantallas, micros,
bocadillos y basca de instituto.
Luego
vendrían las acampadas, pero una de aquellas primeras noches fue la manifestación
grande, -cuando Rbalcaba dijo que no,
pero luego que bueno, que vale, que se podía ir-, con los antidisturbios
mareando la perdiz, llevándonos de Benavente a Atocha, despejando el centro,
pero sin pegar mucho, todo controlado, como de buen rollo.
Pero
sí es verdad que aquella noche no vi a los pies negros, ni vi a los perros
flautas, sino a treintañeros de barba recortada y a
madrileñas finas, chicas como de Huertas, gritando al paso marcial de la
comitiva -Perros esbirros hijos de puta-, con desprecio y rabia evidentes.
Los
chavales se comían igual marrón que nos habíamos comido nosotros, y además cuando
lo nuestro no había ni móviles.
Ultimamente
me encuentro gente flipada que recuerda “la revolución”, pero aquello fue una
revolución de andar por casa, con bocata de calamares y cervezas, aunque alguno
se llevara algún tortazo, una cosa para ver por la tele.
Yo
subía para verlo en directo porque me cogía cerca. Y volvía andando o alguna
noche en el búho, una vez hablando con
un viejo que tenía un bar en los altos de Extremadura y que me insistía que fuera por el bar, que
se llamaba Dos amigos (?), no me acuerdo, y no me quedó muy claro si era
maricón o un poco tonto. (Pero estoy siendo injusto, parecía majo).
Finalmente
entró la política (¿?) y se cerró la calle, quedaron al menos grupos de gentes
en los parques, tocando la guitarra.
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