No
soy muy de ver escritores, mejor por impreso,
pero había que ir al nobel, que venía a la Alhóndiga –cómo te has puesto,
Bilbao-. Tenía además curiosidad después de haber leído estos años unos cuantos
libros suyos: Desgracia, Verano (el calor de Sudáfrica desde el calor de las
torres), La infancia de Jesús y Los días de Jesús en la escuela -una saga como
de ciencia ficción por la que le varearon mucho, pero que a mí me gustó un
montón… Y sobre todo Juventud, libro autobiográfico donde un joven narrador
emigrante se mueve solitario por el Londres de los 60: mascullando el inglés,
sin energía para encontrar un trabajo, pero follándose todo lo que se mueve…
Daban
unos auriculares y no me enteré del todo de lo que dijo Coetzee, por andar
cambiando el dial del inglés al castellano y al euskera. Pero entre dos aguas
me llegaba lo que decía. Habló del apartheid y del psicoanálisis, pero también
de las relaciones humanas, de los viejos, de perros y de gatos, quizá no muy
distinto a lo que podía haber reflexionado el tío del bar de la esquina, pero
lo que más me gustó fue la sencillez, la falta de énfasis con que decía las
cosas, sin levantar la voz para nada.
Iba
con E***, que compró con entusiasmo tres libros del escritor -y no se llevó
todos porque le dije yo que se cortara-, con la idea de leerlos y coger
inspiración para empezar su propia carrera del Nobel. Yo no tenía nada para que
Coché me firmara, pues lo que leí suyo lo saqué en su día de la biblioteca,
pero igualmente me puse a la cola y estuve en un tris de darle la mano. Al
final pasé por delante sin más… -¿Hubo un momento de frialdad en la mirada del
artista, de desconfianza en su cabecita de Quijote? En todo caso venció la
circunspección y la cortesía, y mascullamos al unísono un Thank you mirándonos un
instante, quedó muy literario y muy zen.
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