La
mayoría de los que asoman por aquí no son del dominguero tipo. Hay hora y pico
subiendo desde el pueblo (no se permiten vehículos, pero “yo-sí-puedo”) y no se
atreve cualquiera. Son especímenes interesantes. El otro día unos chavales con
monitores, o viceversa. Querían subir al mirador de chapa pero les dije que
mejor no porque eran una docena y no sé yo lo que aguantarán estas infraestructuras. Subieron al
final un momento sólo dos adolescentes, de ojos brillantes y pelo largo, sonrientes
y sanotes, que podían ser de cualquier barrio de Madrid. Los otros cantaban
unos cantos montañeros de esos que hace mucho ya no se oyen y que me hacían
sospechar algo… Acto seguido rezaron una Salve, y ahí me di cuenta que eran del
Opus. Siguió una charleta didáctica de cara al paisaje, sobre la belleza de la
naturaleza y el mundo: “el gran regalazo que nos ha hecho el Creador”. (Yo me
reía pensando en el “regalazo” que eran para mí calores y vientos, la plaga de
tijeretas... Pero bueno). Después, todos
dispersos y cada uno en su trozo de roca mirando el panorama, se convocó “un
momento de silencio”, momento que más tarde interrumpiría el sonido de un
silbato... La cosa es que la mística, a poco que te pongas, siempre da
resultados. Yo seguía a lo mío, leyendo, pero enseguida me sentí envuelto en
aquel silencio compartido, silencio sobre silencio, y el callar habitual del
paisaje, siempre impersonal y como rasgado, primero se hizo opaco, como si se
condensara, y luego pareció acercarse, apaciguado, amistoso… Como si aquellos
probos estudiantes hubieran convocado un campo de energía, o alguna hostia. El
silencio se hizo uno más y si no hablaba se veía que era porque no le daba la
gana.
(éstos son otros) |
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