Llega
como siempre celérico y sé que en un rato le perderé de vista. Empieza a contar
sus conquistas por internet, la continuación de ellas, pues no hablábamos desde
junio y en estos meses de verano –“¡Han pasado muchas cosas!”- ha debido tirarse
a por lo menos doce o trece.
Me
las va enumerando y me suelta toda la lista como si fueran los personajes de
una comedia madrileña. No sé ni cómo se acuerda, ni cómo le da, no ya la polla
sino la cabeza, porque a veces atiende dos chats o tres a la vez. Todo ello
espoleado por el viagra, del que ingiere grandes cantidades pues ya van siendo
años y las hormonas no dan abasto…
Empezó
más o menos cuando le dejó una novia más joven y desde entonces no ha habido
semana que haya podido parar quieto. Los contactos los hace en las redes con
muchos jaja y ji ji, y después se desplaza por barrios y ciudades dormitorio.
Incluso en las nevadas de enero, con “riesgo máximo de alerta”, marchaba ávido
hacia Cuenca una noche de entre semana, y yo me imaginaba la carretera vacía y
bajo los copos un bólido corriendo desdibujado por la velocidad como un
espermatozoide.
Ahora
se queja de que ninguna ha querido seguir con él y de eso le queda una
sensación de fracaso. Pero no tiene tiempo a paladearla, porque en cuanto una
le deja va a por la siguiente “sin solución de continuidad”, como la mona que
pasa de liana en liana sin tocar tierra... A todo esto, mientras hablamos,
sigue chateando.
-Pero
normal que no quieran, siempre estás en otra parte…
-No,
no, ellas no tienen por qué saber nada.
-Qué
te crees tú eso.
Uno,
que siempre ha tenido que dar muchos palos de ciego, antes le contemplaba con
cierta envidia. Pero, esto… Y le veo marchar, perdido en su maraña, y me quedo sentado
fumando en una terraza, y pido otro café con hielos mientras zumba a los lados
el paseo Extremadura.
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