Me he acordado del Watusi que yo conocí, un punki alto y ganso, muy moreno, que apareció en aquellos inventarios forestales que hicimos por el Alto Tajo, en Cuenca. -¿Cómo te llamas? -Watu… Watusi (con naturalidad total). Soy de Barna, ja ja, de Barna… Charnego, charneguillo… El Watu hablaba con acento y dicción sacados directamente de El Jueves, Makinavaja y así. ¿De dónde había salido? El Watu, de Barcelona, y su novia, de Málaga, habían llegado a un acuerdo democrático y equidistante geográficamente, estableciéndose como pareja en Cuenca porque era lo que quedaba a mitad de camino. En Cuenca vivían en un barrio bonito y viejo, aledaños de la catedral, pero peligroso. El propio Watu, que estaba muy corrido, movía la cabeza con contundencia, el mohicano en toda la cresta. El Watu, en el rato que llegábamos de la ciudad al tajo, todo lo largo que era, echaba en la furgoneta unas siestas con ronquidos y pedos. Pero currar curraba. En los descansos promocionó un juego en el que se hizo campeón, el juego de lanzar un hacha, unas hachas pequeñas que teníamos para marcar los pinos, el hacha no había que clavarla directamente en el árbol sino primero hacer unos molinetes en el aire. El Watu arrasaba y también una pelirroja que había venido de Reinosa. Yo por entonces había publicado unos libros y Watu y unos hippies, una pareja de hippies que en verano vendían bisuta por las fiestas, rencorosos, pretendían vacilarme (Watu estaba entre dos aguas, pero como era amigo de los hippies…) Lo que pasa que no podían conmigo, además de que la peña, la demás peña, les callaban enseguida, orgullosos de tener en la cuadrilla una especie de mascota literaria… El Watu una mañana pegó un trago de gasolina y con un trozo de yesca encendida sacó una llamarada como si fuera un dragón. Watu también tenía un niño de meses, Jerónimo o Jero. Watu, qué tal tu niño. Buah, ¡más bien…! Se está poniendo como un cerdo el hío puta
lunes, 10 de septiembre de 2018
WATUSI
Me he acordado del Watusi que yo conocí, un punki alto y ganso, muy moreno, que apareció en aquellos inventarios forestales que hicimos por el Alto Tajo, en Cuenca. -¿Cómo te llamas? -Watu… Watusi (con naturalidad total). Soy de Barna, ja ja, de Barna… Charnego, charneguillo… El Watu hablaba con acento y dicción sacados directamente de El Jueves, Makinavaja y así. ¿De dónde había salido? El Watu, de Barcelona, y su novia, de Málaga, habían llegado a un acuerdo democrático y equidistante geográficamente, estableciéndose como pareja en Cuenca porque era lo que quedaba a mitad de camino. En Cuenca vivían en un barrio bonito y viejo, aledaños de la catedral, pero peligroso. El propio Watu, que estaba muy corrido, movía la cabeza con contundencia, el mohicano en toda la cresta. El Watu, en el rato que llegábamos de la ciudad al tajo, todo lo largo que era, echaba en la furgoneta unas siestas con ronquidos y pedos. Pero currar curraba. En los descansos promocionó un juego en el que se hizo campeón, el juego de lanzar un hacha, unas hachas pequeñas que teníamos para marcar los pinos, el hacha no había que clavarla directamente en el árbol sino primero hacer unos molinetes en el aire. El Watu arrasaba y también una pelirroja que había venido de Reinosa. Yo por entonces había publicado unos libros y Watu y unos hippies, una pareja de hippies que en verano vendían bisuta por las fiestas, rencorosos, pretendían vacilarme (Watu estaba entre dos aguas, pero como era amigo de los hippies…) Lo que pasa que no podían conmigo, además de que la peña, la demás peña, les callaban enseguida, orgullosos de tener en la cuadrilla una especie de mascota literaria… El Watu una mañana pegó un trago de gasolina y con un trozo de yesca encendida sacó una llamarada como si fuera un dragón. Watu también tenía un niño de meses, Jerónimo o Jero. Watu, qué tal tu niño. Buah, ¡más bien…! Se está poniendo como un cerdo el hío puta
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