Bajo
el sol hundido, entre el verde de los árboles y los callejones empedrados, la decadencia
de las casas regionales –pequeño parque temático del franquismo-: Casa Currito,
que fuera la Casa de Vizcaya, y en cuyo patio recuerdo alguna noche en fiestas
del PCE, ahora cerrada y rodeada de vallas metálicas. La de Guipuzcoa incendiada,
ya sin rastro de los viejos caseríos. Todavía funcionaba cuando vinimos a vivir
aquí. Menú por 15 euros, ensalada de pimientos rojos y sardinas. No llegamos a
ir y cerraron. Sus últimos inquilinos fueron una familia de gitanos portugueses.
La Casa de Asturias permanece, pero con los hórreos cubiertos por hojas secas.
Y el hortera esplendor de la casa de Toledo –castillete de pega, escudos de
piedra- ahora llamada La Pesquera, donde suelen ir los jugadores del Real
Madrid. Me fijo en una casa desconocida y elegante, que también está abierta,
la de Galicia, galerías con ventanales pintados de verde, misterioso torreón
vigilante…
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