Queda
a un lado de la M-40, más allá de Hortaleza...
Yo llegué a conocer esos márgenes como un finisterre, con rebaños de ovejas, pero después vinieron barrios, más carreteras, edificios de congresos y “eventos” (horrible palabro). O sea que de milagro aguanta. La finca fue de Carlos Arniches, el sainetero pre/98, quien debía respirar aquí los aires puros, huyendo del bullicioso Lavapiés. Ahora la carretera brama cerca.
Yo llegué a conocer esos márgenes como un finisterre, con rebaños de ovejas, pero después vinieron barrios, más carreteras, edificios de congresos y “eventos” (horrible palabro). O sea que de milagro aguanta. La finca fue de Carlos Arniches, el sainetero pre/98, quien debía respirar aquí los aires puros, huyendo del bullicioso Lavapiés. Ahora la carretera brama cerca.
Llego una mañana de sábado, cruzando en metro todo Madrid. Del
metro hay que pasar la M-40 por un puente y al otro lado me espera D, que será mi introductor en la huerta.
Se
me hace raro encontrarle aquí, tan lejos de la ciudad y de la noche. Extrañamente
apaciguado, con súbito entusiasmo por el agro y la naturaleza, se ha sumado a
estos neorrurales (biólogos, agrónomos, etc) que trabajan la huerta. Una noche,
tomando unas cañas, topó con ellos, empezaron a hablar y salió el tema, y aquí se
presentó poco más tarde. Secularmente reacio a todo ejercicio físico, ahora
escarda la tierra, planta tomate y lechuga, carga las carretillas y lo que haga
falta, todo con una humildad monacal.
Volviendo
a la finca: Arniches la cedió a la iglesia, unas monjas habitaron la casa
durante mucho tiempo, después entró la Comunidad con un centro de mujeres en
rehabilitación. La crisis finiquitó el programa y este grupo de agricultores
urbanos solicitaron al “avispado” mantener la huerta (para consumo propio).
Lo
que sigue es un documental gráfico, antes que se lo lleven todo por delante las
excavadoras, cosa que hemos visto demasiadas veces… Seguiremos informando.
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