He
subido al Rastro, al río revuelto, aunque cada vez me apetecen menos los
mogollones, mañana de sol y viento, he cogido unos libros muy baratos, (yo creo
que por ser día con viento, porque los rastreros son muy sensibles a las
variaciones meteorológicas). He pasado también por delante del muro donde
teníamos el puesto –en aquellos años era un solar, ahora es una casa construida
en la Ribera de Curtidores- donde vendíamos las cintas piratas… Entonces no había cuadrículas en el Rastro,
podías ponerte por libre, pero había que madrugar mucho para coger sitio,
llegábamos de noche aún –poco después llegó la adjudicación por cuadrículas y
hay quien dice que esta ordenanza marcó el fin del rastro tradicional,
auténtico… El caso es que salíamos de allí con un dinero para toda la semana –y
también con un buen dolor de cabeza, porque eran muchas horas al sol, bebiendo y
fumando sustancias diversas… Pero lo que más me sorprende es que sigan algunos
vendedores de entonces, como esa mujer que he visto, madura interesante, a la
que recuerdo con los mismos rasgos aunque adolescente -casi una niña entonces,
que tenía el puesto con los abuelos- y que me saluda como si nos hubiéramos
visto el domingo anterior…
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