Un taxista opinaba el otro día en una encuesta que España se divide en dos a partir de la glorieta de Atocha. De Atocha para arriba, la España rica y europea. De Atocha para abajo, la España pobre y paleta.
Yo no creo en la precisión matemática de tales
definiciones, pero lo cierto es que esta es una novela del Madrid de Atocha
para abajo.
Es también la historia de unos barrios que van
desapareciendo, barrios de casitas bajas, desmontes y fábricas arruinadas,
barrios que yo conocí hace muchos años y en los que traté a gentes como el Kim,
el Chato o Gerardo, personas a quien quise mucho y de las que aprendí muchas
cosas. Sin ellos no habría sido posible esta novela.Eran gentes que tenían una relación con la ciudad entendida en parte como naturaleza, con toda la dureza que eso implica. Gentes que hacían su vida a la sombra de una higuera o al calor de una hoguera.
Yo entiendo que las cosas cambien y que la gente viva mejor, aunque no sé muy bien si vivir mejor es pasarse cincuenta años trabajando para pagar las letras de un piso.
En cualquier caso, para un escritor es triste que la ciudad y sus habitantes vayan uniformándose y perdiendo su personalidad. Esta novela, como su título indica, es una novela de la calle. Ahora también se ha perdido el concepto de calle como lugar de encuentro, y la calle se ha convertido en un lugar de tránsito, la distancia más corta posible entre dos puntos.
Yo creo que eso no puede ser bueno para la literatura. Las historias nacen del contacto entre las personas. En este sentido, Las calles del aire también es anterior a la realidad virtual. Si sus personajes usaran el teléfono móvil se perdería el azar de sus encuentros y desencuentros.
Las calles del aire no quiere ser una novela social.
Es un libro de aventuras y una poética de la gran ciudad. He tardado cuatro años
en escribir el libro y otros cuatro en publicarlo. Durante esos cuatro años
últimos hice infinidad de copias para enviarlas a las editoriales. No lograba
publicar, pero me convertí en un personaje muy querido y respetado en las
tiendas de fotocopias de mi barrio.
En esos cuatro últimos años pude oír opiniones de
todo tipo. Había los que descalificaban el libro como costumbrista. No entiendo
por qué Salinger puede hablar de Central Park y ser un genio, pero si yo hablo
del Retiro soy un costumbrista. Otros hablaban de la novela realista. Pero Las
calles del aire no es una novela realista. Hoy día, la realidad ha superado a
la ficción y hasta a la ciencia ficción.
Para reflejar la sociedad que vivimos habría que volver a escribir
novelas del estilo de 1984 o Un mundo feliz. Pero incluso esas obras han
quedado desfasadas por la realidad.Las cosas siguen cambiando, y quizá nuestra única alternativa sea profundizar cada vez más en los sentimientos y en el interior de nuestros personajes.
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