Avanza
la plaza en la noche, entre las casas que se caen y las casas que construyen. Entre
el pasado de arena y los urinarios de posguerra, ahora con kioskos de flores y hermoseada
por un punto parisino –veladores, estufas y el bar de Toulouse-Lautrec.
Ahí
está en la noche de los tiempos. Vigilados por la estatua de ese fraile
literato que la nombra, se renuevan los carrilanos -achiquerados y a la vez libertos, aunque
sin € para coger un cunda. También Valle Inclán vivió aquí, cuando se llamaba
Progreso, pero él hacía la vista gorda.
Alerta la plaza en sus antorchas, olvidadiza y presente, sumergida y
emergente…
Al
entrar la primavera por sorpresa, zarpa la plaza como un barco entre autobuses, sin
tocar la sirena, sin darnos casi tiempo a bajar. Mejor hacerlo de un salto, pues
siempre fue punto de partida a los infiernos. También algunas madrugadas de verano,
cuando los carteristas de tijera, cuando la brisa despliega todas sus velas.
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