Alguna
vez yendo de viaje al parar en un pueblo perdido entrábamos en el bar y nos
hablaban con tanta familiaridad que alucinábamos. ¿Vosotros de quién sois?
¿Sois del Mamerto? ¿De la Juliana? Con tanto cariño que daban ganas de decir
que sí, de quien hiciera falta, que éramos hijos del pueblo que regresábamos
tras conocer mundo. El caso es que tampoco torcían el gesto cuando les decíamos
que íbamos de paso. Todo está bien, pero sin idealizar, pues otras veces salía el tío de
la vara y entonces tocaba salir zingando. Pero qué bonito sería tener la bicicleta en la puerta, y los perros, y salir a recorrer las calles
tirando de cajetilla como quien no quiere la cosa...
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