Ya
queda menos, pero… qué largas, qué interminables se hacen estas “fiestas” de
navidad. Uno las aborda incluso con buen ánimo, pero es imposible no acabar
naufragando en ellas. Nochebuena, Nochevieja, reyes…
El
ritmo vital del otoño, de las noches cortas, al que hemos logrado
acostumbrarnos con esfuerzo, se interrumpe para dar lugar a mayor tedio y
sinsentido si cabe. Un hilo se rompe y Navidad hace añicos todos los buenos
propósitos. Acaba con los cuerpos y las mentes. Vale que hay algunos hermosos
reencuentros, pero sobre todo desencuentros y ausencias, calendarios
trastocados para envolvernos un año más en el mismo engrudo.
En
el solsticio de invierno los antiguos encendían velas y antorchas a fin de contrarrestar
la oscuridad de estos días. Luego la cosmogonía cristiana se insertó en el
calendario, decretando que dos mil años atrás quedaba alumbrada la noche de los
tiempos para siempre, y que todo cobraba sentido. Pero seguimos sin saber nada
y el mundo sigue siendo oscuro y misterioso…
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