Ferlosio
dio muy bien la talla del intelectual con zapatillas de orillo. El Jarama y
Alfanhui, escritos con veintipocos años, le convalidaron con notas muy altas y
le dieron crédito para los cincuenta siguientes. Siendo el mejor de su
generación, según Delibes, podía hacer “lo que le diera la gana”. Pero no le
dio la gana. Tras su consagración, se dio a estudios filológicos, en
los que se sumergía días y noches recurriendo a la anfetamina y comiendo a
deshoras bocadillos de atún, para desespero de su mujer de entonces, Carmen
Martín Gaite.
(blog de Carlos Cruz) |
Ya
de viejo, rodeado de periódicos, en el campo de retamas extremeño, Ferlosio se
convierte en una especie rara de “analista”, un ilustrado alejado de la corte.
Va desgranando notas de lectura (aforismos, pecios) sobre el mundo y sus iniquidades desde su
particular distancia espaciotemporal.
Todo lo de Ferlosio es bueno, de buena
prosa, castiza y coloquial y también rigurosa y descriptiva. Pero sobre todo esos
dos primeros libros -los dos ambientados en un improbable campo madrileño
apenas tratado por la literatura- el Jarama con un realismo cristalino,
“objetivista”, con diálogos como de grabadora, y el Alfanhui su reverso colorista y fantástico.
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