lunes, 1 de abril de 2019

FERLOSIO



Ferlosio dio muy bien la talla del intelectual con zapatillas de orillo. El Jarama y Alfanhui, escritos con veintipocos años, le convalidaron con notas muy altas y le dieron crédito para los cincuenta siguientes. Siendo el mejor de su generación, según Delibes, podía hacer “lo que le diera la gana”. Pero no le dio la gana. Tras su consagración, se dio a estudios filológicos, en los que se sumergía días y noches recurriendo a la anfetamina y comiendo a deshoras bocadillos de atún, para desespero de su mujer de entonces, Carmen Martín Gaite.

                                                (blog de Carlos Cruz)
Ya de viejo, rodeado de periódicos, en el campo de retamas extremeño, Ferlosio se convierte en una especie rara de “analista”, un ilustrado alejado de la corte. Va desgranando notas de lectura (aforismos, pecios) sobre el mundo y sus iniquidades desde su particular distancia espaciotemporal. 


Todo lo de Ferlosio es bueno, de buena prosa, castiza y coloquial y también rigurosa y descriptiva. Pero sobre todo esos dos primeros libros -los dos ambientados en un improbable campo madrileño apenas tratado por la literatura- el Jarama con un realismo cristalino, “objetivista”, con diálogos como de grabadora, y el Alfanhui su reverso colorista y fantástico.





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