Para Andelfe
Ni siquiera sabíamos si lograríamos
llegar finalmente… Un primer día un viaje “de aproximación”, atravesando de
norte a sur la isla, recorriendo carreteras comarcales, montañas de arena y
tierra restos de antiguos volcanes, pueblos de extraños topónimos guanches,
albercas, molinos de viento, casitas cuadradas blancas de cal con piedras
incrustadas en la fachada como tabletas de turrón o de guirlache, palmeras de
copa estrellada al viento en medio de un pedregal, pequeños oasis sobrevolados
por los cuervos, valles y barrancas en las que bullen las ardillas saharianas, trocitos
vivos de gris arenoso que se desprenden del paisaje…
…así hasta llegar a las carreteras
de circunvalación en el sur de la isla, a urbanizaciones perdidas colgando del
lejano mar en las que apenas se ve un alma y, de haberla, nadie habla nuestro
idioma –un chino solitario con gafas y flequillo de mutante parece sacado de
una novela de Murakami. Al final en una gasolinera nos
indican un camino al final del cual, nos dicen,
se divisa la playa desde lo alto. Una carretera llena de baches va
ascendiendo un desfiladero perdido, de soledad idílica que sólo interrumpen los
balidos de las cabras. Camino que desaparece de pronto en el vacío, cortado a
pico. Salimos del coche y, a riesgo de ser barridos por el viento, contemplamos
Cofete desde lo alto del despeñadero, la playa enorme extendiéndose en una distancia que el viento
y el aire arenoso hacen aún más lejana.
Por allí el paso es intransitable
y, volviendo a las carreteras, son muchos los kilómetros que nos separan de
ella, así que esperaremos al día siguiente para atravesar la isla hasta la
punta sur y cuando, después de dejar atrás las últimas urbanizaciones, nos
internemos por vueltas y revueltas de una pista de tierra entre el mar y los
acantilados, comprobaremos, tras un giro en que ya se divisa Cofete, que se ha
encendido la luz del depósito y tal vez no nos quede gasolina para bajar hasta
la playa y volver. El camino además serpentea peligrosamente asomándose al
barranco. Dejamos el automóvil y empezamos el descenso hacia una playa que a
cada paso parece alejarse más y más, algunos senderos pedregosos suben hacia la
montaña, desde donde las cabras balan a nuestro paso y nos observan reflexivos
jumentos. Después de recorrer kilómetros y kilómetros sigue viéndose a lo lejos
la playa, las olas espumeantes, los corrales de piedra, y la decrépita mansión
construida en la posguerra mundial por los alemanes para albergar a sus
compatriotas nazis –pero esto, como decía Kipling, es otra historia…
(Lo siento, Andelfe, Europa ha llegado a Cofete…En ambas direcciones los todoterrenos con conductores de rostros extranjeros atravesaban la pista, aquel despeñadero hecho como a propósito para rodar una película de Bond. Agradecer-en medio de la general indiferencia guiri a los caminantes- a la joven pareja de franceses que nos recogieron a la vuelta y nos dejaron junto a nuestro coche sanos y salvos)
Estimado amigo:
ResponderEliminarVeo que Uds. han estado en esa playa. Me alegro de que les gustara. No sé lo que ese tal "Andelfe" del que hablan se creía que es hoy en día Cofete...
Hace años, allá por los años 40, en ese Cofete de mi infancia, cuando luces nocturnas llegadas desde debajo del agua iluminaban una Jandía vacía (casi) de seres humanos... Pero eso, como Ud. dice, es otra historia.
Fdo.: Hermann Luis Carlos von Winter und von Heydrich
No sé si es coña, con tal nombre tal coña , pero si como dice en los 40 tenía uso de razón podía pasarse por "expediente villa Winter " de facebook , pues protagonistas que quieran hablar ya hay pocos. Allí le espero. Saludos a los demás.
Eliminar