martes, 21 de mayo de 2013

PUERTAS

 



 
Ha muerto Randy Krieger, el organista –ese organito característico- de los Doors. Ha muerto muy viejo, casi tan viejo como El Rey (no me estoy refiendo a Elvis, sino a Juan Carlos). El caso es que me ha parecido de pronto como si se catapultara al futuro un hipotético abuelo de Jim Morrison -un abuelo quizá a veces un tanto pesado: los discos que siguieron grabando los Doors sin Morrison eran muy malos.
Durante años les cogí mucha manía a los Doors, a cuenta de aquella película de Oliver Stone que canonizó a Jim Morrison como icono de chulos y autentiquísimos, un tío melenas que va a París siguiendo la estela de Rimbaud y de Verlaine, un snob, un  borrachuzo…
Incluso llegué a deshacerme de algunas grabaciones. Qué gilipollas. Ahora recupero su música y vuelvo a flipar de nuevo. Y a la vez simpatizo con el borrachín cinéfilo, Morrison me parece un malogrado personaje de novela de Raymond Chandler: el jovenzuelo con ínfulas artísticas (poeta, estudiante de cine) radicado en LA, que desaparece sin dejar rastro. Cuando se le supone en Arizona o Nuevo Mexico, en compañía de algún chaman, ensayando con el peyote, se tiene noticia de su muerte víctima de alcohol y drogas…



 
(Post scriptum: chapeau por el batería de la banda, que dejó pasar millones de dólares por delante de su door –y  el consiguiente mosqueo del resto del grupo- al negarse a vender la música a los anunciantes de automóviles. Refr: Diego A Manrique, Jinetes en la tormenta)

Jinetes en la tormenta
 
 

 

1 comentario:

  1. Como bien dijo el viejo Lou al ser peguntado sobre ellos: "Basura... Basura pretenciosa de Los Angeles"

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