La
luna era naranja y pedregosa. Olía a pasto y estiércol. La guitarra sonando
azul como un serrucho. El viejo repertorio de siempre, ahora con sabor a
despedida. “No te vamos a dejar, no te vamos a dejar…”. Rosendo se paró como
con extrañeza y, sincero y un poquito cortante -le salió del alma: “¡Vais a
tener que ir a buscarme muy lejos…!”. Sobre el campo de arena la luna se iba
deseclipsando y al final parecía de mentira, como si fuera de neón.
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