Dicen que esto tiene los días contados…Con la llegada de los
drones, y otras formas de IA, desaparecería la tradicional figura del vigilante
de incendios. A mí se me ocurre que podríamos quedarnos de todas maneras, si no
para vigilar como una especie de guías turísticos y/o animadores culturales. Se
trataría de “poner en valor” estos parajes, ecosistemas, etc.
Sube mucha gente a la torre y aunque pone un cartel de
prohibido se cuelan por todas partes, como las tijeretas. Vienen padres con los
niños y a mí me gusta hablar con los niños, si todavía no están maleados por el
fútbol y Star wars. A los más pequeños les cojo de la mano y les paseo por la
roca, que tiene muchos desniveles y puede ser peligrosa. Los padres, algunas
veces, me ponen cara rara, y me dan ganas de decirles: entonces, a qué subes,
merluzo. Al final acaban sacándome fotos con los niños como si fuera un Papá
Noel y se despiden con una sonrisa luminosa. Les doy para que se lleven una
botella de agua.
A mí también me agota tanta simpatía y hacer de public
relations. El otro día subió un chico que después de verme con las familias me
preguntaba, con total ingenuidad: Qué estáis, para atender a la gente, ¿no?
Aunque hay gente con la que se está hablando a gusto. El otro
día vino un niño con la madre y una tía, muy guapas y muy simpáticas. El chiquillo
también era gracioso. De mayor quería ser vigilante. Inspeccionó todo mi
cubículo y le dejé los prismáticos, con los que apuntaba al cielo.
-¿Dónde está la plaza de toros?- me preguntó.
-Ahí, ¿no las ves? Una pared grande amarilla, al final del
pueblo.
Y repetía como un
loro:
-Una pared grande amarilla al final del pueblo… Una pared
amarilla al final del pueblo grande…¡No! Una pared…
*Meto un dibujo publicado hoy en el semanario digital de CCOO
que me dedica el gran Molleda, porque me lo merezco…¡no!, aunque no me lo
merezco…¡Un abrazo y gracias, maestro!
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