Está
bien tener aquí los Goya tan cerca, en el barrio. Ya ni me acordaba. Antes es
que estaban guardados, con la ermita cerrada, luego empezaron a abrirla los
miércoles… Entonces era una zona de ferroviarios, con todavía el paso a nivel
y, entre el parque y las vías, unos chaletitos de trabajadores que no aparecían
en el callejero. Las dos ermitas son gemelas, no sé cuál la más antigua. En una
es donde meten las manos las modistillas en el pilón de agua bendita lleno de
alfileres, para buscar novio. Si se clava el alfiler, hay suerte este año, y si
no a ver para el que viene (poco o mucho tiempo, según se mire).
En
la otra los goya en el techo –un cieloraso con nubes que parecen de esta misma
primavera. Y ahí arriba el personal, en la verbena celeste. Ahora que entra
bastante gente han puesto unos espejos inclinados para verlos “por reflexión”, sin levantar la cabeza a lo alto. Pero no es lo mismo, no puede serlo, ya que
todo lo que vale cuesta, y ¿cómo alcanzar el
paraíso sin esa torsión de cuello y sin acabar con las lumbares
descoyuntadas?
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