Reciclaje. Pasan de madrugada los
camiones de la basura, con una bulla que parecen atravesar el dormitorio...
Primero, por cómo suena a cristales machacados, va el camión del vidrio;
después, en orden aleatorio y en intervalos de veinte minutos, el de los
plásticos, el de los envases, el de papel y cartón, el de materias orgánicas… Y
a esas horas, dando vueltas, digo: Fulana, alcaldesa, señora, pregunto: ¿dormir
un poco no sería más ecológico?
Prodigy. Se ha suicidado el cantante de
Prodigy, y me ha venido a la mente aquel garito, el Norton, que había bajando
unas escaleras, en un entrante de la calle Hortaleza. Un cubículo amplio pero hermético,
irrespirable, que en las actuales épocas de corrección no hubiera encontrado
los correspondientes permisos. Prodigy sonaban a toda pastilla. La música atronaba, era imposible hablar con el de al lado ni gritándole a la oreja. Nos
agitábamos y consumíamos mirándonos a los ojos -un rollo muy noventero- en una
lejanía existencial, hasta que sobre las cinco, sin previo aviso, encendían
unos focos potentísimos: de tal calibre que había que taparse
los ojos o salir a la desbandada. Eran como esos reflectores que encienden
desde las torretas de campos de concentración para deslumbrar a los prisioneros.
Ha sido acordarme de aquel antro y no extrañarme mucho la noticia de su muerte.
Cochecitos. ¿Por qué me encuentro
últimamente por la calle tantos cochecitos? Son de juguete, tipo miniatura, si
los hubiera recogido todos podría haberme hecho una flota… Del mismo modo que
cuando uno está deprimido se fija en que hay muchos cojos, y gente que va en
silla de ruedas, con lo que es difícil no alegrarte de tu propia suerte, esto
de los coches debe de ser el ansia de movimiento (o el ansia mayormente, así a
secas).
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