Son las ocho de la mañana y viendo
que la cosa va para largo busco los rincones donde entra el sol en el patio
entre casetas. A bulto, los compañeros nos miramos. Otros años me parecía
encontrar más vieja a la gente tras el invierno, ahora los veo muy parecidos,
tal vez porque este año no ha habido invierno, tal vez porque quien ha
envejecido este año sea yo... Y siempre, entre tanta gente, no sabes a quién
saludar. A veces buscas una mirada a lo lejos, de alguien conocido, con quien
has coincidido en alguna ocasión en largas charlas o así... Pero los ojos se
desvían inexpresivos, y el saludo, los ojos brillantes, una sonrisa, un
movimiento de cabeza, vienen de otra persona, imprevista.
Apenas nos veremos
estos días y luego cada cual se irá a su puesto.
Un par de compañeros de los que ya
conocíamos sus dolencias se pasean entre los grupos cojeando, renqueando, cada
vez más perjudicados, quizá con el propósito de anunciar, de preparar a la
opinión pública para una posible futura baja.
Con la que más me gusta hablar es
con AS. He compartido el puesto muchos veranos con ella, y, aunque en turnos
diferentes, cuando doblábamos coincidíamos. Me cuenta desahogándose que no
quiere volver a su pueblo, a Jaén, que unos primos suyos se le han quedado con
los olivos. Por no hacer el papeleo en hacienda, que era una pasta, se los
arrendó una temporada, y ahora… AS me lleva un par de años pero tiene todavía
algo de muchacha, o de muchacho incluso, con el pelo muy corto. No oculta que
le gustan las mujeres, y como a mí también, ahí tenemos un tema en común. Sus
conquistas tienen lugar sobre todo entre mujeres casadas, lo cual da pie a
pensar en lo movedizo de las fronteras…
Pero A cuenta las cosas con total
sencillez, sin presumir de nada, y sin entrar mucho en detalles (a veces sí),
sino refiriéndose sobre todo a la psicología y al corazón humanos. A tiene el
aire ingenuo de una chica de pueblo, a pesar de haberse criado en París, adonde
habían emigrado sus padres, y donde vivió hasta los quince años, cuando la
madre murió y volvieron todos al pueblo. Enseguida lo dejó para irse a Granada
y luego a Madrid, a Hoyo de Manzanares…
Uno que no sé cómo se llama, pero al
que –calvo con barba y ojos claros- llamo Baroja interrumpe
nuestra conversación: qué tal estáis, qué tal, estoy contento de saludaros,
estoy contento de saludarte –repite estrechándome la mano-. Ya, ya lo sé que
diréis: esto es una mierda, estamos hartos. Pero qué coño, seguimos vivos,
imagínate dentro de unos años, oye, dónde está fulano… ¿Ese?, se ha muerto, ¿no
sabías?, se murió hace unos meses –y se va riéndose, después de soltar la broma
siniestra.
Una secuela potente, me voy a hacer del gremio, mas que nada para ir a los reconocimientos.
ResponderEliminarTe prometo que no te has perdido nada (mañana la última parte...)
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